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Salvador chocó, no «los cinco», sino «los diez», tendiendo las dos manos al marino con muda gratitud. Había atendido a la última parte de aquella franca confidencia con una inquietante perplejidad, sumiéndose en temores agrios y mordientes, con la conciencia alterada por la zozobra cruel de haber abandonado a Carmen en medio de los peligros siniestros de la casona de Rucanto.
Siempre lo mismo: ojeadas sentimentales, palabras melancólicas alternadas con burlas frías y mordientes para los que pasaban junto a ellos. Si él manifestaba deseos de alejarse, una mirada maliciosa que equivalía a una promesa y ciertas palabras de doble sentido le mantenían inmóvil.
Palabra del Dia
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