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Riose francamente, y exclamó, luego, con marcado acento gascón: «Mais, c'est drôle!» Ya se me había dormido la pierna derecha de estar tanto tiempo en la incómoda postura en que me puso en el lienzo ese «brigand» de Tintoretto. ¡Si estuviera aquí, ya le calentaría un poco las orejas!
Al salir de su fementido lecho, la transición del calor al frío le hizo sentir en las entrañas dolorcillos como si se las royese poquito a poco un ratón. Púsose pálida, y le ocurrió la terrible idea de que llegaba la hora. Volviose al lecho, creyendo que allí se calentaría: cerró los ojos y no quiso pensar.
Antes calentaría muy bien las orejas a su madrina; le diría que era una indigna mujerzuela, una criatura vil y perversa, y que si otra vez osaba maltratar a aquella pobre niña desvalida, iría a su casa a cortarle las orejas y atarla después por el moño a la cola de su caballo y arrastrarla así por toda la ciudad.
Palabra del Dia
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