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Pero lo cierto es que los contemporáneos del poeta no se escandalizaban de asistir á la representación de sus obras; que el mismo autor pertenecía á una orden monacal; que profesaba principios rígidos y severos; que existía una censura vigilante, á cuyo examen se sometían todos los escritos que habían de darse á la prensa, y que el cargo de censor estuvo siempre desempeñado por eclesiásticos, por lo cual no puede menos de sorprendernos, al leer en una de las licencias expedidas para la publicación de las obras de Tirso de Molina, «que nada se contiene en ellas que se oponga á las buenas costumbres ni comprendan ningún ejemplo pernicioso para la enseñanza de la juventud.» Es de presumir, á pesar de esto, que algunos escrúpulos hubo de sentir el poeta fraile, allá en los repliegues de su conciencia, cuando sólo con nombre fingido permitió que circulasen sus comedias, publicando otras muchas obras suyas con el verdadero.
Palabra del Dia
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