Actualizado: 22 de junio de 2025
Poco a poco, el teniente, envuelto en un paño de afeitar, como un ídolo en su manto, adormecíase, bajo la fricción suave de las cariñosas manos de doña Augusta... Yo, entonces, enternecido, decía a la amable señora: ¡Ay, doña Augusta, es usted un ángel!