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Algo más cotorrearon, pero no hace al caso. Doña Lupe se llevó a su sobrino al Monte de Piedad, y como aquel día las ventas fueron de muy poco interés, tornaron pronto a casa, después de comprar fresa y espárragos en un puesto de la calle de Atocha.

Petra no se fiaba de la piedad repentina de la Regenta. «¡Más de una hora de confesión! La carita como iluminada al levantarse con la absolución encima... y ahora este paseo por los campos... y reír... y permitirle ciertas libertades.... No me fío; esperemos». La doncella de Ana era amiga de llegar en sus cálculos y fantasías a las últimas consecuencias.

Esa turbación... AZUCENA. Dejadme... permitidme que me vaya... JIMENO. ¿Irte?... Don Nuño, prendedla. AZUCENA. Por piedad, no... ¡Qué! ¿No bastan los golpes de esos impíos, que de dolor me traspasan? NU

Y volvía De Pas, para evitar mayores males, a sus precauciones, que eran el contento de Teresina, lo que ella creía con orgullo su victoria. Ana también tenía su secreto. Su piedad era sincera, su deseo de salvarse firme, su propósito de ascender de morada en morada, como decía la santa de Ávila, serio; pero la tentación cada día más formidable.

De sus armarios salían las ropas para los pobres; de su despensa los comestibles para los desvalidos; de sus trojes el grano para los labradores arruinados; costeaba médico y botica; por su precepto, iban los niños a la escuela; con su prudencia enfrenaba discordias, desvanecía rencores, y añadiendo a la limosna que puede dar el rico la compasión que solo siente el bueno, siempre y para todos, tenía piedad en el corazón y consuelo en los labios.

¡Abuela! ten piedad de supliqué con lágrimas en los ojos; déjame gozar de mi vigésimoquinto aniversario... No me obligues a pensar cosas tristes... No me hables de la muerte, y sobre todo de la tuya... Es, sin embargo, una ley de la Naturaleza siempre respetada y siempre obedecida respondió dulcemente la abuela.

Todos los poetas aquí nombrados abjuraron el judaismo, i no solo ellos, sino muchisimos de su lei; i esto no fue obra de la verdad i de la razon, sino del miedo á la plebe que dió en amotinarse contra las juderías para con capa de devocion i piedad, matar á sus habitadores i hacer mui buenas presas en sus haberes i haciendas.

El estudio de Gil le causó gran sorpresa. Entre los muchos tenientes que habían desfilado por su casa no había tropezado con un místico hasta ahora. Hubo alguno aficionado al culto y a la oración, pero sin la ardiente piedad y el entusiasmo que éste mostraba.

Al fin me decido y vuelvo al bullicio: las 12 de la noche han sonado y no queda ya en las anchas veredas, desde el bulevar Montmartre hasta la plaza de la Opera, sino uno que otro grupo de retardatarios, y aquellas sombras lívidas, flacas y míseras, que corren a lo largo del muro y os detienen con la falsa sonrisa que inspira una piedad profunda... Todo ha pasado, el pueblo se ha divertido y M. Prud'homme, calándose el gorro de noche, dice a su esposa: Madame Prud'homme, on a beau dire: nous sommes dans la décadence.

Llena está mi alma, sin embargo, de piedad religiosa, y conozco y amo y adoro a Dios, pero sólo veo su omnipotencia y admiro su bondad en las obras que han salido de sus manos. Ni con la imaginación acierto tampoco a forjarme esos ensueños que usted me refiere.