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De su piedad pasajera sólo le quedaba la convicción de que son necesarias las buenas obras además de la fe para salvarse, y la costumbre de persignarse al levantarse, al salir de casa, al dormir, etc., etc. Había vuelto a Calderón y Lope con más entusiasmo que nunca.

Oliverio le dije, calla por respeto a Magdalena si no lo haces por piedad de . He concluido replicó sin la más leve emoción; lo que te digo no es un reproche, ni una amenaza, ni una profecía, porque de ti depende hacer que me equivoque. Quiero sólo mostrarte en qué diferimos y convencerte de que la razón no está de ningún lado.

Cuiden, no obstante, los obispos y sus vicarios, que al conceder su permiso para dar públicos juegos y espectáculos, sólo lo extiendan á los que en nada puedan ofender á la religión cristiana, ni desmoralizar en lo más mínimo á los espectadores... Decreta también el santo concilio, que el obispo no ha de consentir otros juegos ni espectáculos, que aquéllos que muevan á la piedad á los ánimos de los espectadores y puedan apartarlos de las malas costumbres.

Y a su inteligencia, verdaderamente extraordinaria, se une una piedad ejemplar... verdaderamente ejemplar... ¡Oh, es más entusiasta que yo todavía por los héroes de la guerra!... Luego, tiene un tacto maravilloso para conducirse en sociedad, aunque sus costumbres austeras no te permitan estar mucho tiempo dentro de ella... ¡Es una santa!

Puede mostrar las astucias de Ulixes, la piedad de Eneas, la valentía de Aquiles, las desgracias de Héctor, las traiciones de Sinón, la amistad de Eurialio, la liberalidad de Alejandro, el valor de César, la clemencia y verdad de Trajano, la fidelidad de Zopiro, la prudencia de Catón; y, finalmente, todas aquellas acciones que pueden hacer perfecto a un varón ilustre, ahora poniéndolas en uno solo, ahora dividiéndolas en muchos.

Se rió con risa inexpresiva, y apoyó la cabeza en el brazo de un sofá. ¡Es que sufro tanto, tanto! Lucía fue a sentarse a su lado. Se sentía enternecida y llena de piedad. Charito, desesperada, frente a ella, murmuraba frases de condenación contra Adriana. Durante un buen rato, Lucía se quedó contemplando a Muñoz.

Su padre y su hermana, aunque no la alentasen en las devociones, nada le decían en contra, y cada día le otorgaban mayores muestras de cariño, pues a ello les invitaba la creciente dulzura y afabilidad de su carácter. Su madre la adoraba con pasión loca y aplaudía ciegamente todos sus actos de piedad. No se cansaba de alabar la virtud y el talento de su primogénita.

El P. Jacinto predicaba también en el Foro, ó dígase en medio de la plaza pública, durante la Semana Santa. Allí se hacían todos los pasos á lo vivo, y el padre los explicaba en el sermón conforme iban ocurriendo. Así, había sermón que duraba tres horas, y siempre sin dejar el tonillo, lo cual no obstaba para que el padre expresase los más varios afectos, como piedad, dolor y cólera.

¡Por piedad, no hable usted así de una mujer que tiene doble vista! no parta hoy; ahora mismo una gaviota blanca y negra revoloteaba por encima del barco lanzando agudos gritos; eso es de mal augurio... ¡no parta usted!

Pero huía de ella, acogíase a la piedad, y visitaba con celo apostólico y ardiente caridad las moradas miserables de los pobres hacinados en pocilgas y cuevas; llevaba el consuelo de la religión para el espíritu y la limosna para el cuerpo; solían acompañarla doña Petronila Rianzares o alguna otra dama de su cónclave; pero también iba sola.