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Magdalena, incorporada en su lecho, la siguió con la mirada, en la que se revelaba cierta inquietud, y luego cuando Antoñita, que había desaparecido acercándose a la casa, volvió a aparecer lejos del edificio, se dejó caer de nuevo en la cama lanzando un hondo suspiro.

Muchas veces me había yo preguntado qué sucedería si, para desembarazarme de la carga demasiado pesada que me aplastaba, sencillamente y como si mi amiga Magdalena pudiera oír con indulgencia la declaración de un sentimiento que se refería a la condesa De Nièvres, le dijera que la amaba. Me representaba la escena de esta tan grave explicación.

Había echado mucho de menos a Magdalena, la había deseado, esperado, y ya usted habrá adivinado que después de su partida había cien veces maldecido el censurable espíritu de rebelión que me revolvía contra la más envidiable, la más dulce, la menos calculada de las servidumbres.

» ¿Yo? ¡Si ya lo soy! ¿Me falta algo, por ventura? Usted me quiere como un padre; Magdalena y Amaury me quieren como una hermana: ¿qué más puedo desear? » Una persona que te quiera como esposa, Antoñita; y ya me parece que he encontrado esa persona. » ¡Tío! exclamó Antoñita con acento que parecía suplicarle que no prosiguiese. » Escúchame, querida sobrina, y ya responderás luego.

Demos ahora la izquierda á la Magdalena, y hallarémos que entre el ministerio de Marina y el jardin de las Tullerías, palacio del mismo nombre y el Louvre, media un espacio de 30 ó 35 pasos, que se extiende hasta la plaza de la Bastilla, en una extension de media legua poco más ó menos.

Magdalena que en su niñez había visto con frecuencia a aquel pastor en la quinta, se alegró mucho al verle. Cuando salió de la estancia después de ver a la enferma le pidió el doctor su opinión sobre el estado de Magdalena.

»Contestando a estas preguntas enumerábamos las perfecciones que exigiríamos en la persona objeto de nuestro amor y pudimos comprobar que se asemejaban mucho. » Ante todo decía yo, querría conocer a fondo a la persona elegida y saber de memoria todas las circunstancias de su existencia. » Yo también repuso Magdalena.

En suma, Magdalena tan encantadora, tan graciosa, tan amable para todos, cometía en menoscabo de su prima todas esas faltas que un niño mimado suele cometer con cualquier otro niño que le estorba o molesta.

No digas eso, hija mía; di más bien que Magdalena es injusta; pero debes perdonarla, porque es la fiebre y no ella, quien habla por su boca; más que vituperio merece compasión. Con la salud recobrará la razón; entonces reconocerá su yerro, y arrepentida pedirá perdón por su injusta cólera.

» Quiero decir que para nosotros sería Italia un edén en donde yo repetiría contigo las palabras de Mignon: , aquí debemos amar; aquí debemos vivir, a no ser por una cosa que llenará de turbación nuestra, existencia e infundirá tristeza a nuestro cariño. » ¿Qué cosa es esa? » No oso decírtela, Magdalena. » Pues, quiero que me la digas. Habla.