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Desde entonces Dunsey no ha vuelto a la casa, ¿verdad? ¿A casa? no replicó Godfrey , y haría bien en no volver. ¡Qué imbécil soy, me lleve el diablo! Debiera de haber sabido que las cosas iban a concluir así.

Cuatro veces sosegó, y otras tantas volvió a su risa con el mismo ímpetu que primero; de lo cual ya se daba al diablo don Quijote, y más cuando le oyó decir, como por modo de fisga: «Has de saber, ¡oh Sancho amigo!, que yo nací, por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la dorada, o de oro.

Permítame usted, señor Foja o señor diablo.... Y el vulgo, es claro, es malicioso; y como da la pícara casualidad de que La Cruz Roja ocupa los bajos de la casa contigua a la del Provisor; y como da la picarísima casualidad de que sabemos todos que hay comunicación por los sótanos, entre casa y casa.... Hombre, no sea usted barullón ni embustero.

Dijimos al fin que nos dolían las tripas y que estábamos muy malos de achaque de no haber hecho de nuestras personas en tres días, fiados en que a trueque de no gastar dos cuartos en una melecina, no buscaría el remedio. Mas ordenólo el diablo de otra suerte, porque tenía una que había heredado de su padre, que fue boticario.

¿Y qué será del ejército enemigo? preguntó uno de los parroquianos. Se lo ha llevado el diablo, pues; eso no se pregunta. Deme mi boletín, don Narciso; me voy a casa a darle la noticia a mi marido, que estoy segura de que no sabe nada de lo que ha sucedido. Muy buenas noches, misia Medea.

Levantarnos y salir por el medio de la callejuela, y luego por el centro de la calle real como almas que corre el diablo, para llegar casi sin resuello y temblando de miedo a nuestra casa, a referir lo sucedido, fue cosa de un santiamén, que asimismo nos pareció eterno.

Una mujer da otra mujer: el corazón, por lleno que esté, siempre tiene un hueco para la hermosura y para el corazón de otra mujer... ¡diablo! ¡diablo! me parece que me hace pensar demasiado seriamente esta muchacha... será necesario enviarla cuanto antes y bien dotada á sus nobles padres, antes de que tengamos una historia, y acaso un remordimiento. Y el noble don Pedro abrió la puerta y salió.

Todos iban murmurando. ¿Para qué desafiar al diablo, o al ahijado del diablo? ¡Nada más vano que luchar contra vestiglos y fantasmas! En su incursión a las islas se internaron el comisario Rodríguez, seguido del escribiente Peñálvez, mientras los demás hombres estaban «mateando» junto a la canoa que los trajera, a través de una tupida selva de helechos, ceibos y espinillos.

Si algo malo le ha sucedido y eres quien se lo ha hecho no tengas miedo de ir á la cárcel... ¡Ya me encargaré yo de impedirlo! Adiós. ¡Al diablo, grandísimo zopenco!... ¡Si creerás, palurdo, que por ser tan espigado te tengo miedo! Los árboles más altos son los que caen con más facilidad cuando sopla el viento recio.

Nosotros, que habíamos visto, oído u observado muchas particularidades que se nos dijeron ser rastros o manifestaciones del fatídico personaje, acabamos, al fin, por encontrarnos con el "diablo" en persona y de manos a boca. Fue en el departamento de San Vicente, hoy Belgrano, en la provincia de Mendoza.