United States or Saint Martin ? Vote for the TOP Country of the Week !


Acompañaré tambien á los perseverantes apóstoles de la fe evangélica, que no temian arrostrar, con tal de conseguir el objeto de su mision religiosa, tantos peligros como á cada paso veian brotar bajo sus piés.

JULIO. Con sus maletas y cogines. FERNANDO. ¿Qué pusiste en la mía? JULIO. Un vestido negro y alguna ropa blanca en una manga verde que me prestó Ludovico." Lope, La Dorotea, pág. 42. picazo. En el Bol. de la Acad. Véase la nota 12. Véase nota la nota 26. surto, tranquilo, callado. Véase A. Castro, Revista de Fil. Esp., III, 182-183. 'Cinco. Parte XIII. Véase la nota 54.

Recordaremos, que, en dicho año, puso fin á los escrúpulos suscitados por la licencia de las representaciones teatrales, el permiso formal concedido á estos establecimientos públicos para proseguir sus tareas, bajo ciertas restricciones. A consecuencia de esta medida se aumentaron extraordinariamente, en poco tiempo, las compañías de actores y el número de teatros.

Los celos seguían oprimiendo su corazón y turbando sus ideas. Antes de alcanzar el fin de la calle comenzaron á caer algunas gotas y se declaró al instante un fuerte aguacero. Siguió caminando impávida sin guarecerse en los portales, como hizo la mayoría de la gente.

Tipo bien opuesto al de Adolfo, es Andrés Ruigomez, el autor de Silvestre del Todo, que no cuándo acabará una preciosa novela de costumbres que en Francia haria su reputacion y su fortuna; que hoy, alejado de la literatura, entregado á las nobles tareas del foro, quizá le reserva la suerte una existencia más desahogada y tranquila que la de sus compañeros, si bien todos éstos la mirarán siempre como propia y creerán que en su querido Andrés han mejorado de fortuna.

A las cinco comimos en el restaurant del pasaje de los Panoramas; volvimos á casa á las cinco y media, dejo á mis compañera en el hotel, entretenida en escribir á sus amigas de Madrid y Valencia, salgo á la calle, vuelo á la plaza de la Bolsa, tomo un coche, y á las seis menos diez minutos me tiene situado delante de la casa de la Villa.

Y el castillo medioeval, del que sólo quedaba el recuerdo, se había alzado á su vez sobre los restos del palacio de Lúculo, que tenía el centro de sus célebres jardines en esta pequeña isla, llamada entonces Megaris.

Estas noticias volaban por el colegio y se comentaban entre risa y algazara. Pero los demás profesores, sus compañeros, no se reían; estaban indignados. Distinguíase entre todos el cura D. Juan, a quien no le faltaba más que esto para aborrecer de muerte al heterodoxo naturalista.

Se habló de sus batallas, de sus proezas, de su modestia, que le hizo rehusar los títulos y el collar con que quiso agraciarle Luis XIV, y sobre todo de su extraordinaria suerte. Porque salido de la nada, pues era hijo de un pobre impresor, de simple soldado llegó a la elevada categoría de mariscal.

Sus dotes intelectuales, sus percepciones morales, su facultad de comunicar á otros las emociones que él mismo experimentaba, le mantenían en un estado de actividad sobrenatural debido á la angustia é inquietud de su vida diaria.