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La corte imperial vería en esto una ambición política, un plan para ganar el favor de la plebe, un peligro para la dinastía... Mi buen amigo sería decapitado... Es grave... ¡Maldición! grité. ¿Entonces para qué he venido a la China? El diplomático se encogió de hombros; mas luego mostró en una sonrisa maliciosa sus dientes amarillentos de cosaco: Haga una cosa. Busque a la familia de Ti-Chin-Fú.

¡Oh! exclamó la joven , esa sonrisa divina, esa mirada ardiente, esa alma en vuestros ojos... ¡Oh! ¡Marta! ¡Marta! si fuerais mi madre, me moriría de felicidad. Pues bien; , Elena... Laura, eres mi hija: yo soy tu madre.

Seguía su camino, apoyado en el bastón, mirando, con burlona sonrisa, los colgajos de las tiendas de carne y comestibles: las ramas de sauce de la puerta, los faroles de papel de la muestra y la vistosa exposición del escaparate; en las casas, muy pocas banderas se veían, pero conforme iba acercándose a las calles centrales, los establecimientos públicos y los comercios de lujo resplandecían de luces: en el borde de las cornisas, a lo largo de las columnas, en balcones y ventanas, ya en haces, ya sueltas, encerradas en bombas de cristal azul y blanco.

Nada de eso, pero prefiero la del señor Neris respondió con una sonrisa al anciano, que se quedó encantado; esta vez no dirá usted: «¡Plaza a los jóvenesAhí lo tienes, sobrino, no eres bastante viejo observó el octogenario con un dejo de malicia. El conde se encogió de hombros. Al menos aboga por le dijo al oído. Lo que era quizá mucho pedir.

me responde con una sonrisa que da lástima; me rebajo ante Dios, ante mis propios ojos, y ante los ojos de usted... me hago esclava suya, cosa suya... y con esto, lo engaño, sin embargo... Quizá no pueda usted soportarme...

Al despertar todas las mañanas se sorprendía Anita con una sonrisa en el alma y una plácida pereza en el cuerpo. Las tías le permitían levantarse tarde, y gozaba con delicia de aquellas horas. Para ella su lecho no estaba ya en aquel caserón de sus mayores, ni en Vetusta, ni en la tierra; estaba flotando en el aire, no sabía dónde.

Para todos la sonrisa, pero para una sola una lágrima, perla rara de los corazones viriles, empañaba el brillo de sus ojos de acero, mientras el joven murmuraba con religioso fervor: ¡Mi tía Liette!

Miss Percival tenía el mismo acento de su hermana, los mismos grandes ojos negros, risueños y alegres, y los mismos cabellos, no rojos, sino rubios, con reflejos dorados en los que jugaba con delicadeza la luz del sol. Saludó a Juan con una graciosa sonrisa, y éste, después de entregar a Paulina la ensaladera de achicoria, se fue a buscar las dos carteras.

Todo este conjunto de facciones acentuadas y de un aspecto extraordinario, estaba corregido por una frecuente sonrisa, que apareciendo en unos labios bermejos y ligeramente sombreados por la barba, y en unos dientes blanquísimos, daba al semblante de aquel hombre un aire profundamente simpático, pero netamente humano.

Ella le había pedido, con cálidas frases de terneza, un viaje a su país, de donde seguramente la trajo otra aventura amorosa. ¿No valían sus caprichos la pena de «botar la plata»?... Fué el viaje una pura gorja en que a cada momento tuvo la bella indiana descubiertas por tentadora sonrisa las perlas nitescentes de su boca. Era una delicia vivir y gozar tanto, ¿«no»?...