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El discurso iba acompañado de alusiones al mareo de los viajeros, al tributo que sus estómagos trastornados rendían al inmenso azul, para mejor alimento de los peces; y cada chiste que el marinero disfrazado iba soltando, como una lección aprendida de memoria, lo saludaba el público con carcajadas iguales a las de una escuela en libertad.

Aflojó en el ataque, haciéndolo cada vez más débil y desordenado. Advertido el contrario, comenzó a tirarle frecuentes estocadas: apenas tenía fuerzas para pararlas. Al cabo, el robusto periodista le separó el sable con el suyo a viva fuerza, y le hundió la punta en el pecho. Miguel cayó soltando un chorro abundante de sangre. Todos se apresuraron a socorrerle.

, y al marqués lo que le tiene con el alma en un hilo es que se levante la masa obrera. Volvió Jacinta al comedor, y el último cuento que trajo fue este: «Chico, si estás allí te mueres de risa. ¡Pobre Muñoz! El otro se ha rehecho y le está soltando unos primores... Figúrate.

En un instante se formó ese vacío trágico que se extiende entre los que huyen y los que pegan, viéndose en el suelo gorras abandonadas y el negro bulto de un hombre caído intentando incorporarse sobre las manos, con la frente roja. Las mujeres eran las que menos corrían. Algunas deteníanse con los brazos en jarras, soltando por la boca todas las injurias de su exaltada imaginación.

La brigadiera, respuesta al instante del susto, se revolvió airada y le vomitó tres o cuatro insultos feroces, y después tuvo por oportuno desmayarse. Tío Manolo salió del gabinete batiendo las puertas y soltando juramentos.

Inesilla les servía. El alférez devoraba con los dientes una pechuga de perdiz, y con los ojos el redondo cuello y el alto seno de la muchacha, soltando uno que otro guiño y una que otra frase que la joven recibía sonriéndose. ¿Y qué decís de esto? dijo entre un bocado, un guiño y una galantería soldadesca á la muchacha el alférez.

En el movimiento que hizo al retirarse del balcón, soltando las manos de la barandilla, conoció don José que venían los camilleros. En seguida, mirando de frente a Pepe, le dijo, medroso: ¿Están ahí? ; ya suben.

Su Excelencia quiso cortar el giro de la conversacion y soltando las cartas que había estado peinando dijo entre serio y risueño: ¡Vaya, vaya! basta de bromas y juegos; trabajemos, trabajemos de firme que aun tenemos media hora antes del almuerzo. ¿Hay muchos asuntos que despachar? Todos prestaron atencion.

A este postrer metrallazo, Lucía dio a correr, cruzó la verja, subió la escalera no menos de prisa que la había bajado, y se encerró en su cuarto, soltando la rienda al dolor.

Dime por fenecía ayí mesmu, y clamé al devino Dios, soltando los botijos de las manos y en un puro temblor de todo el cuerpo.