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Pero la señora de Aymaret no pareció ni admirada ni enojada, porque desde el día que vio cómo Beatriz rechazara las proposiciones de Pierrepont, quedó convencida, por el lenguaje un tanto equívoco y las semi-confidencias de su amiga, de que ella tenía algún oculto amor, y a fuerza de reflexionar vino a dar en la flor de que entre todos los huéspedes de los Genets únicamente Jacques Fabrice, gracias a su talento y a su renombre, podía justificar la pasión de que Beatriz parecía dominada.

¡Ah! ¿de veras?... exclamó la señora Liénard; en tal caso... Dirigió en torno suyo la mirada y vio que el presidente y la inspectora se esforzaban por disimular sus bostezos y se echó a reír exclamando: ¡Perdónenme! ya me olvidaba de que esta discusión no interesa nada a los invitados del señor Voinchet; dejémoslo por ahora, mas conste que no me doy por vencida.

Sus labios parecían sorber la fluida claridad que bajaba del cielo. Ramiro se sintió como enloquecido ante aquella aparición. Todo su ser no fue sino un brusco frenesí, una llama que se estira para devorar el velo cercano. Era Beatriz la que estaba ante él, su Beatriz, su señora, divinizada por la magia de la noche y del silencio.

No, si yo no comparo... Pero, señores, señores, digo yo repetía doña Rufina ¿cuándo ha visto Ana que una señora fuese en el Entierro detrás de la urna con hábito, o lo que sea, de nazareno?... , verlo, lo ha visto. Lo hemos visto en Zaragoza... por ejemplo. Pero yo no si aquellas eran señoras de verdad.... Y además, no irían descalzas dijo Obdulia.

Y no creas, no creas que por esto son peores. Y si me apuras, te diré que conviene que los chicos no sean tan encogidos como los de entonces. Me acuerdo de cuando yo era pollo. ¡Dios mío, qué soso era! Ya tenía veinticinco años, y no sabía decir a una mujer o señora sino que usted lo pase bien, y de ahí no me sacaba nadie.

La portera, al ver una señora tan elegante, se mostró locuaz y complaciente; pero Clementina la atajó en seguida. ¿Cómo se llama el señorito? D. Raimundo Alcázar. Mil gracias. Y se alejó inmediatamente. Salió a la calle y dió unos cuantos pasos.

Al llegar aquí Tirso creyó oportuno poner gesto triste, y dando a la voz acentos de amargura, dijo: ¡Ah, señora! ¡Si Vd. pudiera apreciar la pena de mi corazón al comprender que las ideas de mi hermano disculpan... hasta justifican, que yo tome cartas en este asunto!

Dominándose al cabo el Comendador, contestó á su sobrina: Mal puedo acordarme y mal puedo haber olvidado á esta señorita, á quien nunca he visto. Á quien he conocido y tratado mucho es á su señor padre; y también, á pesar de la vida retirada y austera que siempre ha hecho, tuve el gusto de tratar y ser amigo de mi señora Doña Blanca Roldán. ¿Cómo está su señora madre de V., señorita?

»Es un débil consuelo, señora, en un dolor como el suyo, el placer de la venganza. No obstante, nos sentimos orgullosos de poder decir a usted que hemos hecho gloriosos funerales a nuestro bravo comandante.

Encontró a esta señora leyendo en el terrado que se prolongaba entre la puerta de su salón, mientras que sus dos hijos de blondas cabelleras jugaban a sus pies. ¡Dios mío! ¿qué sucede? decía la vizcondesa a Pierrepont que la saludaba ; ¿qué hay?... ¡Qué pálido está usted!... ¿Está usted malo?