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Un manojo de flores, presas en rico vaso de Bohemia, ocupaba el centro: la cubrían blanquísimos lienzos de letras y escudos primorosamente bordados; relucía sobre ellos la limpia plata; puestas en trasparentes platos acusaban las frutas con sus aromas su completa sazón; a las copas de diversas formas y tamaños esperaban los más preciados vinos, y la tranquila luz de las lámparas iluminaba aquella lujosa sencillez, mientras sólo el continuo tic-tac del reloj rompía el silencio del comedor, como llamando a convidados y dueños.

Es un sujeto rechoncho, bajo, con barba gris, piel morena, con tonos de café y de ladrillo, siempre vestido de paño fino negro, con lentes de oro pendientes de una cinta de seda, que él, en la calle y en cada esquina, desenreda del cordón de oro del reloj para leer con interés y lentitud los carteles de los teatros.

Y colgándose de nuevo la chaqueta del hombro tomó el reloj que le dió el mismo capitán, volviendo en seguida la cabeza para ocultar las lágrimas que saltaban á sus ojos. ¡Bendita sea tu sandunga! ¿No te parece, Plutón, que ha hecho bien la morenita en negarse á dar el reloj á ese palurdo? dijo uno de los mineros de la boina colorada á otro de sus compañeros.

Mas, como yo este oficio con el gran maestro, el ciego, lo aprendí, tan suficiente discípulo salí, que, aunque en este pueblo no había caridad ni el año fuese muy abundante, tan buena maña me di que, antes que el reloj diese las cuatro, ya yo tenía otras tantas libras de pan ensiladas en el cuerpo, y más de otras dos en las mangas y senos.

Añadese que el Rey, arrepentido o satisfecho de sus amores regaló a las monjas de San Plácido un reloj que tocaba a muerto cada cuarto de hora, y que el mismo soberano o el protonotario Villanueva encargaron a Velázquez el Crucifijo que las monjas pusieron en la sacristía.

Ella miró el reloj: las tres. Había que decidirse. Hizo un gesto cruel y levantó los hombros. Luego fué hasta la puerta por donde había desaparecido su esposo: Quédate, Federico; no te ocupes de . Cree que si te dejo es únicamente por no molestar á nuestros amigos. ¡Ay, las exigencias sociales! ¡Qué tormento!...

Así contestaba don Víctor a las sugestiones de la mísera carne que pretendía volverse a las ociosas plumas. Cuando ya tenía las ideas más despejadas, reconoció imparcialmente que la pereza aquella mañana no se quejaba de vicio. «Debía de ser en efecto bastante más temprano de lo que decía el reloj.

Es tarde... Acaso estoy soñando ya. Debo irme a acostar... Mañana desaparecerá la alucinación. Efectivamente, era ya entrada la noche, pues en una habitación vecina el reloj dio la una. Hizo entonces el joven un esfuerzo para levantarse, aunque sin conseguirlo, saludando al retrato, entre burlón y respetuoso: De todos modos, don Fernando, os agradezco en el fondo de mi alma vuestra bendición.

Sería desesperante y ridículo que sólo viniese para que tuviéramos una escena romántica... con lágrimasEl reloj marca las tres en punto, la máquina produce un quejido metálico y el timbre suena pausadamente. ¡Qué espacio tan largo entre una y otra campanada! Hasta los objetos parece que aguardan impacientes.

El hombre mas aventajado en percibir la sucesion del tiempo, no es capaz de distinguir si en el espacio de doce horas, en que no haya visto ningun reloj, ni tenido á mano otra medida, han transcurrido once horas y media ó doce. Si por mucho tiempo se le hace vivir así, perderá enteramente la cuenta del tiempo; estando en un oscuro calabozo durante algunos meses, podria creer que han pasado años.