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A él no le habrían regalado una flor en toda su vida... Y es posible también que sobre su cadáver encontrasen esa flor seca, como un recuerdo misterioso que nadie ha podido explicarse... ¿No sabe usted algo de esto, Gallardo? ¿No dijeron nada los periódicos?... Cállese, no diga que no; no desvanezca mis ilusiones.

Si hubiese cedido, algo irreparable existiría ahora entre nosotros; no nos hubiéramos vuelto á encontrar, no estaríamos aquí diciendo lo que decimos. Ella asintió. Es cierto; no estaríamos aquí. guardarías un recuerdo espantoso de mi persona; bien cómo era yo entonces. Tampoco habría ido á buscarte, aunque en ello me fuese la vida.

Sobre la mesa veíanse, formando círculo, varias bandejas con pasteles de espuma, blancos en su base, destilando almíbar, dorados suavemente en sus dentelladas crestas, y entre los cuales asomaba la tarjeta del que enviaba el dulce recuerdo; dos grandes tortadas ostentando en su superficie de azúcar pulido como un espejo frutas confitadas en caprichosos grupos; y en el centro de la mesa el ramillete de casa Burriel, arquitectura de turrón, y merengue que afectaba la forma de un castillo surgiendo de un montón de flores y rematado por una bailarina que, montada sobre un alambre, danzaba temblorosa sobre la obra maestra de confitería.

Pero otras veces, las más, era el recuerdo de sus sueños de niño, precoz para ambicionar, el que le asaltaba, y entonces veía en aquella ciudad que se humillaba a sus plantas en derredor el colmo de sus deseos más locos. Era una especie de placer material, pensaba De Pas, el que sentía comparando sus ilusiones de la infancia con la realidad presente.

Poco a poco, sin gran calor, pero con perenne ternura, me saturé de aquellas reminiscencias, el solo atractivo casi vivo que de ella me quedaba, y aun no habían pasado quince días desde la partida de Magdalena cuando aquel recuerdo invasor no se apartaba de mi mente ni un instante. Una tarde subí al cuarto de Oliverio y, como siempre, pasé por delante del de Magdalena.

Los que nacemos en una ciudad ya hecha no nos preguntamos cómo se formó y quiénes pusieron sus cimientos. Cuando deseamos salir de ella, es para irnos a Europa y rabiar de emulación viendo que hay cosas mejores que las nuestras. Nunca miramos atrás ni nos preocupan nuestros orígenes. Hizo una pausa el doctor, como si le molestase un mal recuerdo.

Con un poco de aquel dinero que yo derrochaba en otro tiempo hubiera sido fácil aligerar un tanto el peso de su miseria y hacerlos felices. Resolví entonces, si alguna vez salía de mi prisión, consagrarme á los desgraciados en recuerdo de lo que yo había sufrido.

Desnoyers sabía un poco de alemán, como recuerdo de sus relaciones con los parientes que tenía en Berlín, y pudo atrapar algunas palabras. El comandante repetía á cada momento «paz» y «amigos». Un vecino de mesa, comisionista de comercio, se ofreció como intérprete, con la obsequiosidad del que vive de la propaganda.

¡Es claro! porque evocaría en el recuerdo de una situación moral inolvidable, acaso me ocurriera lo mismo volviendo a ver a Baldomero. ¿Dentro de veinte años? ¡Don Lorenzo!... ¡Estaré en el otro mundo!... ¿Usted cree en el otro mundo, Baldomero?...

Pero a pesar de esto, repetía sus palabras de gratitud. ¡Gracias, muchas gracias! Se llevaba con ella algo que no le iban a quitar: la dulce melancolía del recuerdo, que puede embellecer la penumbra de una existencia resignada. Pensaría en él, como en un otoño suave, cuando sintiese el frío de la soledad.