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Vió una Popito llorosa y humilde, que en nada hacía recordar al doctor juvenil y seguro de mismo conocido días antes. ¡Gentleman gimió , van á matar á Ra-Ra! Y fué contando rápidamente todo lo que había ocurrido el día anterior en la Ciudad-Paraíso de las Mujeres. Los hombres de la capital se habían mostrado menos audaces que los de otros Estados.

Dos días antes se había contemplado á mismo en forma de pigmeo y vestido de mujer. Aquel Ra-Ra era otro Edwin Gillespie; tan exacta resultaba la semejanza. Y ahora.... No hay duda; estoy durmiendo volvió á decirse . Esto es imposible. Pero no necesitó de largas reflexiones para dar por falsa la idea del ensueño.

El gigante, para tranquilizarle, lo tomó de nuevo sobre la palma de una mano, subiéndolo hasta la altura de sus ojos. Allí, Ra-Ra, á caballo en un dedo y con las piernas colgantes, pudo continuar su relato. Yo supe la verdad sobre los tiempos anteriores al gobierno de las mujeres por los documentos de mi familia.

El resto de la Guardia atacó á flechazos á los insurrectos tenaces que no querían huir, y Ra-Ra, con muchos de sus oficiales, cayó prisionero. Hoy lo juzgan, gentleman, y es seguro que lo condenarán á muerte. Sólo usted puede salvarlo. No desoiga mi ruego. Gillespie quedó mirando á Popito con una fijeza dolorosa.

Todos ellos recordaban su visita á la Galería da la Industria, y tenían al Hombre-Montaña por un animal enorme, cuya inteligencia estaba en razón inversa de su grandeza material. Gillespie había empezado por segunda vez la vuelta del edificio. Deténgase aquí, gentleman dijo de pronto Ra-Ra, ahogando su voz. Edwin no comprendió tales palabras. ¿Qué deseaba este pigmeo, cada vea más exigente?...

Ra-Ra, como si presintiese el peligro, se puso de pie, y al fijarse en la mano del gigante adivinó su intención, gritando con voz desesperada: ¡No quiero!... ¡No quiero! Luego, comprendiendo que su resistencia resultaría inútil ante las fuerzas del coloso, apeló á la súplica: Déjela aquí, gentleman. ¿Por qué me la arrebata?

Creyó prudente pasar la noche bajo el mismo techo que su amado gentleman, como si con ello pudiese apartar los peligros todavía indeterminados que le anunciaban sus presentimientos. Dió órdenes á la servidumbre para que el gigante cenase como todas las noches. El desorden originado por la visita de los perseguidores de Ra-Ra no debía notarse en la buena marcha del servicio doméstico.

Como Ra-Ra vivía entre los esclavos del puerto, y éstos guardaban cierta relación con aquella otra gente todavía más inferior que acompañaba al gigante, había recibido ciertas confidencias sobre peligros que amenazaban al Hombre-Montaña. Son noticias todavía vagas continuó Popito . Nuestros amigos sólo han podido sorprender hasta ahora palabras sueltas.

La interrumpió Gillespie con una voz que para él era casi un susurro: Lo , profesor; el hombre se llama Ra-Ra.... ¡Más bajo, gentleman! dijo el traductor . Ese nombre no le conviene á nadie repetirlo en los presentes momentos. Digamos «él» simplemente, y nos entenderemos lo mismo. ¿Cómo le ha conocido usted?

Las mujeres triunfaron tal vez para siempre al apoderarse de la fuerza. Las palabras de Popito hicieron que Ra-Ra saliese de su abstracción. Tomó un aspecto de inspirado, de conductor de muchedumbres, una actitud heroica, que contrastaba con sus vestiduras femeniles. Nuestro triunfo llega dijo con voz sorda . Están contados los días de la tiranía de las mujeres. Anoche recibí grandes noticias.