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Algo enorme y obscuro se interpuso entre su cara y la luz del desierto invernal. El gaucho vió unos ojos redondos junto á sus propios ojos, que parecían mirarse en el fondo de sus pupilas. Se acordó de las miradas fijas y ardientes de la difunta.

Aldea no perdía ocasión de dar a entender en público su amor por Josefina: en las recepciones de su casa, en bailes, teatros y saraos se complacía en mirarla de ese modo que, prodigando expresión a las pupilas, entera a las gentes de lo que uno calla. No se recataba para decir a quien quisiera oírselo que con ella sería feliz; a nadie llegó a permanecer oculta aquella inclinación.

Lucía se quedó embobada ante el Océano, nunca de ella visto hasta entonces, y cuando el túnel de sopetón y sin pedir permiso cubrió el espectáculo con negro velo, permaneció de codos en la ventanilla, absorta, las pupilas dilatadas, entreabiertos de admiración los labios.

Sereno, podría estarlo; pero tenía los ojos enrojecidos, brillaba en sus pupilas una chispa azulada é indecisa, semejante á la llama del alcohol, y su cara iba adquiriendo por momentos una palidez mate. Los otros no estaban mejor; pero todos reían.

Contemplé aquel diminuto rostro minado por la fiebre, enflaquecido y azulado en derredor de las sienes, aquellos ojos hundidos, más abiertos y más negros que nunca, en cuyas pupilas se advertía un brillo sombrío e inextinguible, y aquella pobre niña, enamorada, medio muerta bajo la acción, del desprecio de Oliverio me dio una lástima horrible.

El alma tiene, como las pupilas, sus bellas ilusiones de óptica, porque ella misma es la pupila del corazon, y los objetos crecen y toman formas siempre mas interesantes á medida que se nos alejan.

¡Va el corcel de mis versos! En sus lomos cabalgo, y enristrando el acero de mi acrática pluma, con su hierro alanceo, como el clásico Hidalgo, los fantasmas y duendes de la clásica bruma. Mi corcel es el libre morador de los campos donde se alzan en triunfo los ensueños del arte, donde vierten de lleno sus magníficos lampos las pupilas de Erato y el escudo de Marte.

Recordaba la carita sonrosada dos años antes, y miraba con asombro un rostro de juventud ajada, huesoso, los pómulos salientes, las ojeras profundas, y unos ojos de escasas cejas, sin pestañas, con las pupilas todavía hermosas, pero empañadas por vidriosa opacidad. Todo revelaba en ella la miseria y el desaliento.

Un agudo grito salió de su pecho, el primero que había proferido aquel día, y la estrechó contra , besándola apasionadamente una y otra vez; meciola con ese movimiento maternal propio de la mujer, y después la llevó hasta la ventana, para verla mejor a través de las lágrimas que nublaban sus pupilas.

Por lo pronto, Emma se olvidó de todo para pensar en el placer de tropezarse dentro de los gemelos con aquellas pupilas y con aquella boca sonriente bajo el bigote castaño oscuro.