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Allí se alzan en confusion, sobre los techos de las viejas casas, las torres góticas de interesantes iglesias, la masa imponente del precioso Palacio municipal, las fachadas de grandes casas de estilo moderno y los techos de cristal de algunos edificios públicos.

Vamos; yo también estoy muy sofocado. Cuando estuvieron en el jardín, le dijo: Si quisieras hacer conmigo una expedición, te llevaría a un sitio que no conoce aquí nadie más que papá y yo; una playa oculta entre las rocas. Hasta que se está en ella no se la ve... Es un sitio precioso... ¡Vaya si quiero!

Doña Lucía continuó: ¡Vaya si es precioso el idilio!

Da á este hombre, dos doblones de á ocho. Doña Clara sacó un precioso bolsillo, y de él dos doblones. Aquí sobra dinero, señor dijo con un acento particular el alcaide, al recibir las dos monedas de oro. Guardadlo dijo don Juan. Viváis mil años, señor dijo el alcaide apresurándose á abrir la puerta.

Sobre el tocador del doctor había encontrado hacía tiempo un frasco de esencia, y había perfumado su pañuelo, que guardaba como si fuese un objeto precioso, y cuyo perfume saboreaba como saborea un borracho el aroma del vino. Además de las tres estancias habitadas, había en el piso superior otra más, completamente desierta y con una ventana italiana que abarcaba casi por completo la pared.

Cuando, trascurridos dos años, el matrimonio volvió a Madrid, trajo en su compañía un precioso niño, que murió poco después de garrotillo mientras su madre estaba en un baile.

En los días que estuve en Cotta, tuve ocasión de ver y apreciar lo agradable que es una estancia en aquel precioso y saludable barrio levantado al borde de dos ríos, cuyas aguas se confunden en un mismo desagüe antes de llegar á la barra, la que dista del embarcadero un cuarto de hora.

En la penumbra del cortinón medio recogido de la puerta de escape hacia el interior de la casa, aguardaba una persona, a la cual mandó entrar la marquesa un momento después de sentarse en el precioso sillón de su mesa de escribir.

La escasez de comida la compensaban con los productos de una tierra rica en vinos. Al saquear las casas, rara vez encontraban víveres, pero siempre una bodega. El alemán humilde, abrevado con cerveza y que consideraba el vino como un privilegio de los ricos, podía desfondar los toneles á culatazos, bañándose los pies en oleadas del precioso líquido.

¡Y ya me las pagará! Pero usted, le aborrece por aquello de «¿quién es tu enemigo? El de tu oficio». Usted vende objetos del culto: cálices, patenas, vinajeras, lámparas, sagrarios, casullas, cera y hasta hostias.... , señor; y a mucha honra señor Arcipreste. Hombre, eso ya lo ; pero usted, vende eso y.... ¡Hola! ¡hola! interrumpió Foja . ¡Preciosa confesión! ¡Dato precioso!