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Se volvió, y en el banco de azulejos, envuelta en la sombra de las palmeras y los rosales, vio una figura blanca, una mujer que al incorporarse quedó con el rostro en plena luz: Leonora. El joven hubiera querido desaparecer, que se lo tragara la tierra. ¡Rafael! ¿Usted aquí?...

Al Norte, el Océano golpea sus muros; al Sud, lagunas impracticables; al Oeste, rocas cortadas a pico; pero al Este... ¡ah! al Este, una bella pradera verde, atravesada por un riachuelo que serpentea y brilla al sol como una larga cinta plateada; y luego, las violetas y las clemátides que perfuman sus bordes, las palmeras de largas flechas y los almendros que dan sombra.

Compónese de un conjunto admirable de naves con calles de columnas cortadas en ángulos rectos, de modo que hay diez y nueve naves longitudinales y veinte y nueve trasversales, produciéndose un asombroso laberinto de columnas que semejan los mástiles equidistantes de un bosque de gruesas palmeras.

No es ya la rival de Bagdad ni el segundo santuario del Profeta; no cuenta ya en su recinto los palacios llenos de grandeza y de poesía que dejaron atrás la magnificencia del Oriente; no tiene ya los encantados vergeles ni los bosques de palmeras que perfumaron sus brisas y la defendieron de los ardores del verano; pero os cautivará aun, cuando la veais medio dormida al pie del rio, sobre una de las mas pintorescas faldas de Sierra Morena, á la sombra de frondosas arboledas cuyos ramages mece el viento sobre sus viejos muros.

Como allá hay muchas palmeras, las columnas de las casas eran finas y altas, como las palmas; y encima del segundo piso tenían otro sin paredes, con un techo chato, donde pasaban la tarde al aire fresco, viendo el Nilo lleno de barcos que iban y venían con sus viajeros y sus cargas, y el cielo de la tarde, que es de color de oro y azafrán.

Pero lo que abundaba en este lugar solitario y silencioso, eran los cipreses y las palmeras, árboles de los conventos, los unos de brote derecho y austero, que aspiran a las alturas; los otros no menos elevados, pero que inclinan sus brazos a la tierra, como para atraer a las plantas débiles que vegetan en ella.

Y ellos salen a la huerta y se sientan en sus piedras blancas. Va anocheciendo. El pueblo luce intensamente dorado por los resplandores del ocaso; las palmeras y los cipreses de los huertos se recortan sobre el azul pálido; la luna resalta blanca. Y un viejo levanta la cabeza y dice: La luna está en creciente. El día 17 observa otro será la luna llena.

Realizó desembarcos en puertos fenicios y griegos cegados por la arena, que sólo conservaban unas cuantas chozas al pie de montones de ruinas. Algunas columnas de mármol se erguían aún como troncos de palmeras desmochadas.

Adios, Provenza; adios, Bocaire; adios, Ródano; adios, familias inocentes; adios, casta doncella, que con el aliento de tu boca prestas nuevos aromas á las flores de tu campo vírgen; á las flores que esmaltan esas márgenes encantadoras; adios casitas; adios, palmeras; adios, cipreces.