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A un muchacho, aunque no lo necesite, nunca le viene mal un puñadillo de duros. ¿Ha oído Vd. lo que hemos hablado? ¿Quiere Vd. venir a mi casa unas cuantas mañanas? señor, y haré lo posible por complacerle. Bueno, pues cuento con Vd. ¿Cuándo empezaremos? porque yo lo tengo allí todo revuelto. Cuando Vd. quiera. Mañana mismo. Le espero por la mañana a las once.

Solía ir también por allá D. Gerardo Piquero, que había sido administrador de la Aduana de Puerto Rico y estaba jubilado. Se murió hace dos años el pobre. Iba á las nueve; yo nunca llegaba hasta después de las nueve y media. En cambio, á las diez y media en punto levantaba tiendas, mientras yo acostumbraba á quedarme hasta las once ó algo más.

Se quitaban la boina para sacudirla el agua, dejaban en el suelo el barro de sus zapatones claveteados, y sorbiéndose una taza de café con toques de aguardiente, discutían con la tabernera la comida que había de prepararles para las once, cuando emprendiesen el regreso al pueblo.

Finalmente, á los once dias de marcha se hace alto sobre la ribera izquierda, y echando pié á tierra se caminan tres leguas por entre el bosque mas hermoso del mundo, siguiendo el rumbo de un estrecho sendero que conduce al pueblecillo de la Ascension de Isiboro, perteneciente al pais de los Yuracarees. Camino de Yuracáres á Moxos, por el rio Securi.

Y, en efecto, al día siguiente, entre diez y media y once, salió de su casa y se fué por la orilla del mar á la de Antonio. Después de cerciorarse que éste había salido, subió por la estrecha y sucia escalera á las alturas en que habitaba. Y llamó á la puerta pálido y jadeante tanto por el esfuerzo como por la emoción.

El ruido que los amigos de Inocencio habían hecho con motivo del drama, el haberlo elegido Clotilde para su beneficio y la voz esparcida de que la célebre actriz iba a obtener en él un triunfo señaladísimo hizo que los revendedores expendiesen todas las localidades a precios fabulosos: conozco un marqués que dio once duros por dos butacas.

A las once llegábamos á Valladolid, y el buen cura y su sobrina se despidieron con la mayor amabilidad, dejándome un grato recuerdo de las ventajas de viajar en diligencia con los curas que tienen sobrinas.

Clara estaba á la hora de las diez con el alma suspensa, trémula y atenta, llena de inquietud y zozobra. Pasa de las diez, y el viajero no viene; el reloj vuela de las once á las doce, y de las doce á la una. Pascuala tenía mucho miedo, porque el ruido de gentes que en la calle se sentía aumentaba á cada hora.

No ha sido desconfianza por parte de ella dije, metiéndome en camisa de once varas . Es que temíamos que a usted le pareciesen mal estos amores y nos los privara.

Después llegó a sus oídos que aquella cantatriz que alborotaba a todo Madrid, era protegida de su marido; que este pasaba la vida en casa de aquella mujer. La duquesa lloró; pero dudando todavía. Después el duque llevó a Stein a su casa, para dar lecciones a su hijo, y luego quiso, como hemos dicho, que María las diese a su hija, preciosa criatura de once años de edad.