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Ten misericordia de , oh Dios, ten misericordia de ; porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé, hasta que pasen los quebrantos. 2 Clamaré al Dios Altísimo, al Dios que me galardona. 6 Red han armado a mis pasos; mi alma se ha abatido; hoyo han cavado delante de ; cayeron en medio de él.

¡Salve, oh reina de encantos, Filipinas querida, resplandeciente Venus, tierra amada y sin par: región de luz, colores, poesía, fragancias, vida, región de ricos frutos y de armonías, mecida por la brisa y los dulces murmullos de la mar!

El miserable huérfano, perdido en las calles y en los campos, desamparado de todo cariño personal y amparado sólo por las corporaciones, rara vez llena el vacío que forma en su alma la carencia de familia... ¡oh!, vacío donde debían estar, y rara vez están, la nobleza, la dignidad y la estimación de mismo. Sobre este tema tengo una idea, es una idea mía; quizás os parezca un disparate.

Relimpio no podía disimular una aflicción honda que tenía su asiento en la región cardíaca. Parecía atacado de un aplanamiento general. Melchor dijo mil groserías de la ahijada de su padre, y las dos chicas, contenidas por el pudor, no dijeron nada. Y , ¡oh lector!, ¿qué dices? Yo te ruego que no sigas a esta familia por el peligroso sendero de los juicios temerarios.

»Mi sorpresa fue grande al encontrarme atendido y agasajado, cual lo pudiera estar en Londres, sin hallar obstáculos a la satisfacción de mi voluntad, en medio de una vida monótona, regular, acompasada, no expuesto a sensaciones terribles, ni a choques violentos con hombres ni con cosas, mimado, obsequiado, adulado... ¡Oh, amigo mío! Nada aborrezco tanto como la adulación.

Clementina respondió melosamente: ¡Oh! Eso no tiene importancia; Herminia y él se han criado juntos. Esta respuesta tan sencilla y tan natural, tuvo, sin embargo, el privilegio de irritar á Mauricio, que estaba sin duda un poco nervioso aquella noche.

«Esas lágrimas que usted derrama, ¿son de arrepentimiento sincero? ¡A saber...! Si usted se nos arrepintiera de verdad, pero de verdad, con contrición ardiente, todavía esto podría arreglarse. Pero sería preciso que se nos sometiera a pruebas rudas y concluyentes... esta es la cosa. ¿Volvería usted a las Micaelas?». ¡Oh!, no señor replicó la pecadora con prontitud.

A Martín le pareció aquella portada de piedra amarilla, con sus santos desnarigados a pedradas, una cosa algo grotesca, pero el extranjero aseguró que era magnífica. ¿De veras? preguntó Martín. ¡Oh! ¡Ya lo creo! ¿Y la habrá hecho la gente de aquí? preguntó Martín. ¿Le parece a usted imposible que los de Estella hagan una cosa buena? preguntó riendo el extranjero. ¡Qué yo!

Ella entonces encerró a su hija, con todo el rigor que la palabra indica. Habíala recluido en aquella habitación, de donde no salía nunca, ni tenía comunicación alguna con el exterior. Vivió como emparedada seis meses. ¿De que murió? No se sabía bien. Murió de encierro, y fue víctima de la inquisición del honor. ¡Oh rigor extremo! La marquesa era una mujer de otras edades.

»No, no le dije: esa alma tan noble y pura debe permanecer aún sobre la tierra; es nuestra, nos pertenece. », tienes razón me contestó, entusiasmado; esa alma es tuya, tuya... Porque sólo puedes elevarla hasta el cielo o hundirla en los abismos; sólo puedes hacerme dichoso o quitarme la vida. ¡Oh, Juanita!