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Apenas instalado en Monte-Carlo, vi con mis ojos de novelista un mundo anormal que vivía al margen de la guerra, queriendo ignorarla, para mantener tranquilo su egoísmo.

Brillante, muy brillante, muy reluciente, muy bonito, muy fascinador, todo lo que se quiera; pero inmoral; tan inmoral, que ha logrado el prodigio de civilizar la inmoralidad; el prodigio asombroso de hacer de la inmoralidad una cultura célebre. Esto dice á Paris y al señor novelista Dumas, un infeliz cafre de allende el Pirineo. Si eso es civilizacion, quiero que mi país sea salvaje.

Por lo mismo, la inspiración del novelista es eminentemente analítica; su labor capital, faena de clasificación y desmonte.

El mismo Schiller lo descubre con admirable claridad en otra de sus cartas: «La misión del poeta épico es hacer que aparezca toda entera la íntima verdad del asunto: no pinta más que la existencia tranquila de las cosas y el efecto que naturalmente producen: aquí por qué, en vez de correr impacientemente hacia el término de la narración, nos place detenernos á cada instante con él». Dejemos, pues, al novelista la libertad de pararse donde lo tenga á bien, como el poeta épico: si siente amor á la claridad y á la medida, clara y armónica será su obra, aunque se distraiga á menudo.

Otro es el ilustre novelista D. Benito Pérez Galdós, embebido noche y día en un intenso trabajo literario, aprovechando todos los momentos de la existencia para preparar y escribir sus obras inmortales. Abandonemos, pues, para siempre el romanticismo bohemio, plaga de nuestra literatura, que degrada al escritor y lo pone a merced de los intrigantes políticos y de los especuladores avaros.

Hice seña á los mozos del equipaje de que me siguieran, y antes de un minuto estaba hablando con los garçones del hotel. ¿Combien voulez-vous payer? La señora del hotel es gruesa, de alguna edad, y fea. Á me pareció un ángel, ó como dijera un novelista moderno, una vírgen aérea de Rafael ó de Murillo.

En la historia de Foe, el héroe es harto menos prodigioso. Es por consiguiente más verosímil lo que ocurre. Robinsón había vivido en medio de una sociedad civilizada, y evocando el recuerdo de lo que había visto, se limitaba a reproducirlo más o menos groseramente. Hay Benyocdan es personaje mucho más fantástico. El mismo novelista ignora cómo su héroe ha venido al mundo.

También Jorge Sand dejó preciosos ejemplares de este género, aunque un tanto idealistas, en La Mare au Diable, La Petite Fadette, etc., etcétera. No le pese al insigne novelista montañés ser más feliz en lo segundo que en lo primero.

Todo lo contrario fué el gran novelista Gustavo Flaubert, que después de horrenda lucha con su estilo torturado, en una sesión de diez horas sólo podía producir una cuartilla impecable, eso , y maravillosa. Alejandro Dumas, padre, se contentaba con un vaso de limonada. Balzac hacía un enorme consumo de café, y Aurora Dupin, la Jorge Sand, fumaba como un marino.

Voy a penetrar, no ya como mero historiador, sino como novelista, así en los más apartados rincones de la casa de Rafaela, como en el centro más recóndito de su alma; pero por ningún estilo quiero fingir nada, y sólo penetraré en las profundidades donde el novelista penetra, cuando lo que yo muestre en dichas profundidades sea tan lógica consecuencia de la verdad históricamente demostrada que no pueda menos de ser también la verdad.