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Sánchez Morueta, hablaba á su primo con la cabeza baja, como un criminal, que, con voz sorda confiesa su crimen, y únicamente cerrando los ojos adquiere la fuerza necesaria para seguir mostrando su conciencia. Había sido un miserable. Le repugnaba el recuerdo de su debilidad, las lágrimas con que había mojado durante toda la noche el cuello insensible de aquella mujer.

Al cabo sacó el pañuelo para secar sus ojos que la frescura de la brisa, sin duda, había mojado, y murmuró con su habitual sonrisa bondadosa: ¡Pensé que estaba curado! ¡Buen chasco! Y se dispuso á retirarse. Pero cuando hubo avanzado un poco sintió los pasos de un hombre que venía. Retrocedió nuevamente hasta el pretil para ocultarse en la oscuridad. Al llegar cerca del farol, lo conoció.

¡Vamos, vamos, poca broma, D. Andrés! exclamó ella riendo. Aquél persistió en sujetarla. ¡Que voy a tirar la herrada, déjeme usted! No obedeció. ¡Que la dejo caer sobre usted! En los movimientos que hizo para desasirse, la herrada se tambaleó y soltó buena parte de agua, que vino a dar sobre el rostro y cuello de la joven. Al sentir la frialdad, dejó escapar un grito. ¡Pobrecilla! ¿Te has mojado?

Al ponerse de pie dejó caer su pañuelo. Me apresuré a recogerlo, y noté que estaba mojado. La joven se dio cuenta de ello, y me dijo, mostrándome un libro que había sobre la chimenea: Soy en extremo ridícula, ¿no es cierto? Esa novela me ha hecho llorar. Miré el libro, y vi que era una novela de su madre. No necesitaba esta prueba para convencerme de que me engañaba.

Del holandés os diré que es tardo y pesado, y que no desenvaina la espada por los bellos ojos de una doncella ni por un quítame allá esas pajas; pero con justa causa y buenos capitanes, sabe defender su país, más mojado que charca de ranas; y sobre todo, no toquéis sus fardos de lana, sus terciopelos de la antigua Brujas y demás mercaderías, porque entonces se enfurece y hay que matarlo para hacerlo entrar en razón. ¡, reíos!

Con carbón vegetal se le puede pintar, porque el carbón de piedra no pinta, sino el otro, el que se hace quemando debajo de una pila de tierra la madera de los árboles. O con un pincel mojado en tinta se puede dibujar también el burro, porque no hay que pintar de negro la figura toda, sino las líneas de afuera, el contorno no más. Se pinta todo el burro, menos la cola.

Al seguir á don Juan de Guzmán y á la Dorotea, se encontró con el cocinero mayor del rey, que, pálido, lacio, mojado, á pesar del frío y de la lluvia, se dirigía en paso lento al palacio. Tras él venían dos hombres que traían harto mohínos un pesado bulto sobre dos palos, y cariacontecidos y atormentados detrás, dos soldados de la guardia española.

Antes de probarlo, se le fue la lengua otra vez acerca de lo mismo, si bien en tono más tranquilo. «No cómo me va usted a convencer, cuando yo tengo oídos, yo tengo ojos, y ante la evidencia, no valen...». Hizo un gesto de repugnancia y horror al probar el bizcocho mojado. «Tía... ¡Fortunata!... ¿qué es esto?, ¿qué me dan?... Este chocolate tiene arsénico».

Las vísperas de la fiesta eran muy señaladas en la Fábrica: andaban esparcidos por las estanterías, sobre los altares, ocultos en los justillos de las mujeres, mezclados con la hoja, haces de rama de romero, y su perfume tónico y penetrante vencía al del tabaco mojado.

El marquesito sin aguardar más tomó de la mano a la joven, la sacó al medio y comenzaron a girar acompasadamente por el amplio salón. Tristán sintió de pronto vivo despecho. La invitación de la ciega le irritó sobremanera porque llovía sobre mojado.