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Cuando tenía la niña a sus pies ensangrentada y temblorosa, en sus miradas de angustia, en sus gestos, en el timbre de su voz creía ver al amante humillado y suplicante, y sentía un áspero goce que hacía brillar sus ojos y dilataba las ventanas de su nariz. Josefina era un retrato en miniatura de Luis.

La de Dumais parecía literalmente sobre ascuas, la abuela fruncía la nariz y la de Aimont contenía una enorme gana de reír, mientras que la de Sarcicourt y Paulina echaban a su alrededor miradas de ciervas moribundas. Hacer frente a la intrépida señorita Bonnetable... Qué audacia...

Pepa sentóse en el otro brazo y siguió haciendo carocas al duque. Este comenzaba a fijar más la atención en ella. Sus miradas frecuentes la envolvían de la cabeza a los pies, notándose que se detenían en el pecho, alto y provocador. Pepa era una mujer fresca, apetitosa.

Aquel día mi chiquita no salió al balcón, sin duda avergonzada de su condescendencia; pero al siguiente la hallé dispuesta y aparejada al combate de miradas, señas y sonrisas, que ya no escasearon por ambas partes.

Felicitaciones, apretones de manos, palmaditas protectoras al novio, miradas insistentes, lascivas, anatómicas para la novia, por parte de ellos; por parte de ellas, análisis del traje, del aderezo, cálculo del vigor, de la salud, etc. ¡Psíquis y Cupido presentándose en el Olimpo! pensó Ben Zayb y se grabó la comparacion en la mente para soltarla en mejor ocasion.

Pero de pronto apareció Edmundo, y adelantándose al frente de la muchedumbre en expectativa, dijo lo siguiente: No es mi costumbre echar a perder las bromas, muchachos y en esto irguiose el hombrecillo resueltamente, haciendo frente a las miradas en él fijas, pero me parece que esto no cuadra. Es hacer un desafuero al chiquitín, eso de mezclarle en bromas que no puede comprender.

Sobre todo a las jóvenes les llamaba mucho la atención que acompañase a unas monjas, y me dirigían miradas maliciosas y sonrisas, por donde vine a comprender que sospechaban la admiración que las virtudes y los ojos de la hermana San Sulpicio me inspiraban.

Si Clementina hubiera tenido libre el espíritu, ¡qué satisfacción hubiera experimentado en este instante en que dominaba á toda aquella reunión por en medio de la cual se paseaba majestuosamente siendo el blanco de todas las miradas y el objeto de todas las sonrisas!

¡No la trato de miserable porque haya rehusado casarse conmigo... sino porque durante meses y años ha alentado mi pasión, porque me ha hecho creer que la compartía... y porque mintió, en fin!... Vamos a ver, señora, ¿cree usted que soy un niño? ¿cree que pude engañarme con respecto a su actitud, a sus miradas, a su acento, a su silencio mismo?

Pero la otra estaba ciega y sorda; no se enteraba de nada, y dio a su amiga tal empujón, que si no se apoya en la pared cae redonda al suelo. Salió triunfante, echando a una parte y otra miradas de altivez y desprecio.