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Después de esto, el llamado Milord rogó al médico, que ya que estaba en Labarga, se llegase á la cantina de Tocino, el capataz de su confianza, que llevaba varios días inmóvil en la cama por el reuma. Aresti se resistía alegando su viaje á Bilbao. Un momento nada más, don Luis: entrar y salir.

Luego fue preciso echarles a puntapiés de la casa, y trabajamos tres días para limpiarla, porque dejaron por fanegas las pulgas y otra cosa peor. Pero ¿dónde está en este momento milord? Debe andar ahora allá por el Carmen. Dirigime hacia el Carmen Calzado, cuyo gran pórtico frontero a la Alameda, llama la atención del forastero.

El Milord había sido capataz de las minas de una compañía inglesa, logrando interesar al ingeniero director en fuerza de excederse en la vigilancia del trabajo y no dejar descanso á los peones de sol á sol. La protección del jefe lo elevó á contratista, colocándole en el camino de la riqueza, y, no sabiendo cómo mostrar su gratitud al inglés, había abrazado el protestantismo.

No , milord le dije si debo reírme o enfadarme de ver a un hombre como usted, con ese traje, y llenando su escudilla en la puerta de un convento. El mundo es así me respondió . Un día arriba y otro abajo. El hombre debe recorrer toda la escala. Muchas veces paseando por estos sitios, me detenía a contemplar con envidia la pobre gente que me rodea.

Su tranquilidad de espíritu, su carencia absoluta de cuidados, de necesidades, de relaciones, de compromisos; despertaron en el deseo de cambiar de estado, probando por algún tiempo la inefable satisfacción que proporciona este eclipse de la personalidad, este verdadero sueño social. Es verdad, milord, que tan descomunal extravagancia no la he visto jamás en ningún inglés, ni en hombre nacido.

Algunas veces habían osado apedrear de lejos á la guardia civil, cuando en vísperas de revuelta paseaba sus tricornios por los caminos de la montaña. Ahora, el Milord hablaba con terror de frecuentes robos de dinamita en los depósitos de las canteras. Los cartuchos debían ocultarlos los pinches en previsión de lo que ocurriera. ¡Buena se iba á armar!...

No es mal muchacho, aunque haya dado un mal golpe... Si todos aquí fueran como él, nuestro oficio no sería duro... Se podría tener humanidad... Pero la mayor parte, milord, son buenos mozos que le matarían á uno si no tuviera el revólver en la cintura... ¿Se cansa usted de hablar con él? Me le llevaré... Un instante, dijo Tragomer con calma.

¡La educación inglesa! decía Milord abriendo mucho la boca para marcar su admiración. ¡Una gran cosa! Hay que ver lo que sabe la chica... Es verdad que acostumbrada á tantas finuras, se aburre aquí entre brutos. Pero, de mi para usted, don Luis, yo tengo mi plan, mi ambición, y es casarla con algún señor de la compañía.

El caballero no ha subido esta noche con ella... Si milord quiere escribirla, yo puedo entregar la carta. otro dollar á aquel complaciente criado y volví á entrar en la sala donde Pector y Raleigh estaban saboreando sus licores nacionales. Y bien ¿qué hay? preguntó el banquero. Decididamente tenía usted razón. Vendré mañana.

Doña Flora dijo: Pase usted milord, que aquí está la condesa. Mírale... verás me dijo Amaranta con crueldad y juzgarás por ti mismo si la niña ha tenido mal gusto. Entró doña Flora seguida del inglés. Este tenía la más hermosa figura de hombre que he visto en mi vida. Era de alta estatura, con el color blanquísimo pero tostado que abunda en los marinos y viajeros del Norte.