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Se oyeron pasos, la puerta se abrió y el vigilante dijo. Entre usted. Aquí está el extranjero que tiene autorización para verle. Tragomer se volvió. Quería que Jacobo no pudiera reconocerle al entrar. No sabía si el vigilante les dejaría solos y temía que un grito, un ademán, una palabra, redujesen á la nada toda su combinación. El vigilante se acercó á él: Milord, aquí está el personaje.

Todas se reían de y me desgarraron los vestidos, diciéndome palabras ignominiosas... Bebían y comían en una mesa que el criado de milord les dispuso... disputaban unas con otras sobre cuál de ellas era más amada por él... Entonces comprendí el abismo en que había caído... Lord Gray volvió... Le increpé por su vil conducta... Estaba taciturno y sombrío... Tomó una chinela y con ella les azotó la cara a aquellas viles mujeres... Me colmó de cuidados.

En cuanto a lord Gray dijo Villavicencio en tono dubitativo y con cierto embarazo me parece que no podemos hacer nada contra él... La Asuncioncita volverá al lado de su madre o a donde la quieran llevar; pero eso de prender y castigar a milord... Pero... Señora, no podemos chocar con la embajada... Ya conoce usted las circunstancias; Wellesley es quisquilloso... la alianza...

Después volverá á entrar en su calabozo. Es un escapado que fué cogido y le han condenado á dos años de célula. No ve ni habla á nadie y vive en un nicho de tres metros de largo y uno de ancho. ¡Un in pace! murmuró con horror Tragomer. Esta es la suerte que aguarda á los desgraciados que traten de escaparse... ¡Ah! milord, si no se les tratase con dureza no habría medio de entenderse...

Aquella vez, como otras muchas, lord Gray esquivaba tratar el asunto. ¿Con que quiere usted que le una lección? me dijo después. ; pero tal, que con ella aprenda de una vez todo lo que encierra el noble arte de la esgrima; porque, milord, tengo que matar a uno. Es cosa fácil. Le matará usted. ¿Vamos a casa de milord? No; vamos al ventorrillo de Poenco.

Tenía una manera tan cómica de llamarme: "Milord"... Porque sepa usted, Marenval, que nadie quitará de la cabeza á las autoridades coloniales que han sido los ingleses los que han dado el golpe. Ha tomado usted todas las precauciones para que sea así. ¿Pero qué le sucederá á nuestro marinero?

Impulsado por una determinación súbita, dije al inglés: Milord, ¿me presta usted su coche? Está a la puerta. Pues vamos. Bajamos. ¿A dónde me llevas? exclamó Inés con espanto cuando me senté junto a ella dentro del coche que empezó a rodar pesadamente. Ya lo has oído. No me preguntes por qué. Allá lo sabrás. He tomado esta resolución y no hay fuerza humana que me aparte de ella.

El vigilante dió un agudo silbido con un pito colgado al uniforme, y los penados, turbados en su sueño, se incorporaron con los ojos asombrados y las caras lívidas. Puede usted embarcar, milord. ¡Adelante! La embarcación hendió con su proa las aguas de la bahía, mientras Tragomer, perdido en sus pensamientos, se dejaba mecer por el movimiento acompasado de los remos al hundirse en el mar.

¡Pero, malditos! exclamaba el doctor, oyendo al Milord y á otros contratistas. ¿No es justo lo que piden? ¿Qué menos pueden reclamar que el cobro semanal y comprar su alimento donde mejor les convenga?... Los contratistas torcían el gesto, excusándose en la inercia de las costumbres. Eran los señores de la villa, los mineros ricos, las empresas extranjeras, los que debían dar el ejemplo.

Milord, lo todo. Pues muy mal, muy mal exclamó con acritud . Todo aquel que se jacte de conocer lo que yo quiero ocultar hasta de Dios, es mi enemigo. ¿No he dicho lo mismo otra vez? Entonces reñiremos, lord Gray. Reñiremos. ¿Por tan poca cosa? dije afectando buen humor, pues no me convenía chocar con él en ocasión tan inoportuna . Yo soy el más discreto y prudente de los hombres.