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Con lo cual creo haberte convencido de otra ventaja que llevan los batuecos a los demás hombres, y de qué cosa sea tan especial el miedo, o llámase la prudencia, que a tal silencio los reduce.

Así, por ejemplo, un dolor de vientre o de muelas, la simplicidad que se deja engañar, el miedo, el no tener dinero suficiente, las enfermedades, el ser feo o canijo y otras cosas por el mismo orden, no tienen más poesía, ni más consuelo que la risa, mientras no pasan de cierto grado inferior.

¡Bendita sea tu boca! ¡Sigue niña, que me subes al cielo diciéndome esas cosas! Nada has de perder queriéndome. Pa que estés bien soy capaz de todo; y aunque el padrino se enfade, ansí que nos casemos güervo al contrabando para llenarte el delantal de onzas. María de la Luz protestó con un ademán de miedo. Eso nunca.

Tendrás razón, hijo; aquí nadie se mueve; todos viven como cansados, como abrumados de fastidio. Saliste bien de tus exámenes, ¡ya lo sabemos! Nos lo dijo Ricardito Tejeda la noche que vino a visitarnos. El pobrecillo te quiere mucho. Nos contó que tenías mucho miedo.

Cuando, al cabo de un rato, se atrevió a levantar los ojos, vio de pie, frente a ella, a un joven guapo, de unos veinticuatro años próximamente, y de porte noble y distinguido, que la contemplaba con una expresión tan dulce y cariñosa, que fue suficiente para disipar su miedo; imaginose que quien la miraba así debía defenderla, y que nada tenía que temer, por lo tanto.

Lo pasaría menos mal dijo Nazaria , si no tuviera miedo, muchísimo miedo a esa enfermedad que ha entrado ahora, y que, según dicen, mata a la gente en un abrir y cerrar de ojos. Se llama el Cólera dijo la flaca con vocecilla ronca que hizo estremecer al curita. El cólera, dijo Gracián . Esta epidemia viene del Ganges, de donde saca su apellido de asiática.

Echó una mirada de venganza sobre Mathys, que estaba como petrificado; después lanzó un grito de desesperación, y dejó caer la cabeza sobre la mesa ocultando la cara con la mano. Madre, ¿qué ha sucedido? ¿qué peligro os amenaza? preguntó la joven de rodillas, dominada por el miedo y la piedad. Pero una voz conocida le provocó otra emoción.

Esto es lo más fácil de arreglar. Ya se cuidarán todos de no abrir la boca estando yo de por medio. Pero tu hermano me da miedo. No me atrevo. Yo la ayudaré dijo con firmeza Gabriel . Busquemos a la chica, y una vez la tengamos, me encargaré yo de Esteban. Dificilillo es encontrarla. Hace tiempo que nada de ella. Sin duda los que la ven se privan de decirlo por no darnos disgusto.

Una, que estaba más pálida que las otras, avanzó y exclamó con trabajo: ¡Qué miedo! ¡Madre mía, qué miedo! Creí que me moría... porque mire usted, el oso... ¡el oso era horrible! En tal estado de sobresalto se hallaba, que no pudo articular más que palabras incoherentes. Entonces la resuelta Consuelo avanzó a su vez y dijo con voz firme: Verá usted, Manín.

No te has vengado, por instinto de conservación, por miedo al presidio y a todos los castigos inventados por la sociedad; has tenido miedo, a pesar de tu indignación, y ese miedo lo truecas en crueldad para el ser más débil. Tu cólera sólo cae sobre la hija.... Vamos, Esteban; eso no es digno de un padre. El Vara de palo movía obstinadamente la cabeza. No me convencerás; no quiero oírte.