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Mas, apenas hubo dejado su caballería Sancho por acudir a don Quijote, cuando el demonio bailador de las vejigas saltó sobre el rucio, y, sacudiéndole con ellas, el miedo y ruido, más que el dolor de los golpes, le hizo volar por la campaña hacia el lugar donde iban a hacer la fiesta.

Casi podía decirse que al reír su envoltura corpórea, el alma quedaba indiferente y seria. Inspiraba lástima y miedo. Saludó con breves palabras, con monosílabos casi, y fue la única persona que no hizo a Melchor los agasajos que todos. Cuando éste le invitó a participar del almuerzo rechazó el ofrecimiento con actitudes que lo mismo parecían de recelo que de timidez. Gracias... Ya churrasquié...

No podía sosegar; tenía ahora más miedo que en los primeros años de casamiento, cuando las corridas eran para ella como pedazos de existencia que le arrancaban la inquietud y la temerosa espera. Le decía el corazón, con ese instinto femenil pocas veces erróneo en sus temores, que iba a ocurrir algo grave. Apenas dormía; pensaba con miedo en las horas de la noche cortadas por sangrientas visiones.

Otros llevaban todo el rostro cubierto con una máscara de vendajes, sin dejar visibles mas que los ojos, los pobres ojos, que parecían sentir miedo por adelantado y algún día habrían de familiarizarse con el horror de un rostro que fué joven meses antes y ahora era igual á una visión de pesadilla. Algunos se mantenían intactos, disponiendo de la fuerza y la agilidad de todos sus miembros.

El silencio que llenaba el ámbito del supuesto cráter era un silencio que daba miedo. Creeríase que mil voces y aullidos habían quedado también hechos piedra, y piedra eran desde siglos de siglos. ¿En dónde estamos, buen amigo? dijo Golfín . Esto es una pesadilla.

E con esto todos los confesos fueron espantados é habian gran miedo é huian de la cibdad é del arzobispado, é pusiéronles en Sevilla pena que no fuyesen, pena de muerte; é pusieron guardas á la puerta de la cibdad.

¡Claudio! dijo Clara doblando la carta: ¿quién es este hombre? ¡Y quiere entrar aquí! ¡Jesús, qué miedo! ¿Qué debo hacer? ¿Cerrar las puertas? Clara empezó á temblar de miedo; no podía tomar resolución ninguna.

Simple respondió esta , ¿acaso tienes miedo de que le lleven a la Inquisición? ¿No ves que es demasiado chico para entender lo que le dicen y aprender lo que le enseñan?

Si alguien desea haceros una oferta igual a vuestra estimación, que lo haga. Yo estoy por la paz y la tranquilidad, eso es. , eso es lo que desea todo, perro que ladra así que se le amenaza con el palo dijo el herrador . Pero yo no tengo miedo ni de un hombre ni de un fantasma, y estoy pronto a apostar lealmente. Yo no soy un gozquijo que dispara.

El acento rencoroso, la voz dura con que dijo estas palabras, le sorprendieron, como si procediesen de otra boca. La enfermera lo miró con sus ojos límpidos, agrandados, serenos, unos ojos que parecían libres para siempre de las contracciones de la sorpresa y del miedo. La respuesta se deslizó con la misma limpieza que la mirada. Es Laurier... Es mi marido.