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Por lo tanto, Rogerio Chillingworth, el hombre hábil, el médico benévolo y amistoso, trató de sondear primero el corazón de su paciente, rastreando sus ideas y principios, escudriñando sus recuerdos y tentándolo todo con cautelosa mano, como quien busca un tesoro en sombría caverna.

Sábelu Dios contestó Pepazos entristecido con la pregunta . Al ayegar yo a esa joyá, tresponierum eyas la otra cumbri como si las yevaran los demontris... y échilas un galgu... Apretaba la ventisca, espesaba la nievi, había muchu que andar hasta Tablanca, tenía cerca esta cuevona, y aquí me acaldé tan guapamenti. ¿Y habrás sido capaz de dormir? le interpeló el médico.

Si he gobernado bien o mal, testigos he tenido delante, que dirán lo que quisieren. He declarado dudas, sentenciado pleitos, siempre muerto de hambre, por haberlo querido así el doctor Pedro Recio, natural de Tirteafuera, médico insulano y gobernadoresco.

Federico y el médico se apartaron, dirigiéndose a una de las entreabiertas ventanas. Retiré el anillo del Rey que tenía en mi dedo y lo puse en el suyo. He procurado llevarlo con honra, señor le dije. No puedo hablar mucho repuso con voz débil. He tenido una viva discusión con Sarto y el General, quienes me lo han dicho todo.

A lo que respondió Sancho, todo encendido en cólera: -Pues, señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme luego delante, si no, voto al sol que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que son ignorantes; que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondré sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas.

Aquella ingrata tarea debía producirle grandes intereses, y cuando la de Raynal le proclamaba irresistible, estaba muy cerca de la verdad. A la dolorosa angustia que le oprimía el corazón se mezclaba en Liette un sentimiento muy dulce del que no pensaba en desconfiar ni en defenderse; era el agradecimiento y nada más... El médico del pueblo se mostraba poco tranquilizador.

Tímida para disculparse, guardó silencio la joven, y doña Rebeca contuvo a duras penas su enojo, deseando explorar el resultado de las gestiones que la encomendó. Habla, hija mía; ¿qué te ha dicho el médico?... ¿Le ponderaste a Narcisa?... La pobre Narcisa te quiere mucho; hoy me ha dicho que tienes ya que aliviar el luto y salir con ella a paseo.

Cuando volvió la cabeza, la marquesa había ya desaparecido. Al recobrar el conocimiento y después de haberle prodigado los cuidados necesarios se hizo venir al médico. Este, teniendo en cuenta el estado de la madre y el tiempo que ya contaba el niño, ordenó que se le destetase. Se dispuso, pues, que durmiese en un cuarto separado con la niñera. Clara pasó el resto de la tarde llorando.

Trousseau tambien, que no esté distante el momento en que desaparezcan las singulares denominaciones de homeópatas y alópatas, para quedar tan solo la natural de médico, de hombre instruido en el arte de curar. § II. Generalidades sobre su accion fisiológica.

Sus interlocutores eran doña Luz, doña Manolita, el médico, Pepe Güeto, el cura alguna vez y don Acisclo siempre. Cuando venía más gente en casa de D. Acisclo, aquella franqueza desaparecía, y la conversación, como por ensalmo y sin poder evitarlo, bajaba al nivel villafriesco. Las condiciones de entendimiento y de carácter movían a esto al P. Enrique, no por altivez, sino por timidez.