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S. E. se sonrió nerviosamente y contestó: ¿? pues razon de más para que continúe preso; un año más de carrera, en vez de hacerle daño, le hará bien, á él y á todos los que despues caigan en sus manos. Por mucha práctica no es uno mal médico. ¡Razon de más para que se quede! ¡Y luego dirán los reformistas filibusterillos que nosotros no nos cuidamos del país! añadió S. E. riendo sarcásticamente.

Esos hombres de la ciudad no viven constantemente entre sus libros y sus cuadros. Tampoco yo entre los míos replicó el médico enseguida.

Y ¿por qué? dijo el médico, ¿por qué no hacerlo, cuando todas las fuerzas de la naturaleza demandan de tal manera la confesión de la culpa, que hasta estas hierbas negras han salido de un corazón enterrado, para que quede manifiesto un crimen que no se reveló? Eso, buen señor, no pasa de ser una fantasía vuestra.

Ana, burlando los decretos del médico, probó en los primeros días de aquella segunda convalecencia a leer en el libro querido: iba a él como un niño a una golosina. Pero no podía.

Todos hablaban en voz baja para que no se oyese nada en la calle. Los mismos criados del casino, que dormían en sillas, en la cocina y en el patio, no llegaron a despertarse. D. Luis eligió para testigos al capitán y a Currito. El conde, a los dos forasteros. El médico quedó para hacer su oficio, y enarboló la bandera de la Cruz Roja. Era todavía de noche.

Pasó un mes lento y sordo, a media luz, con las nubes a ras de la tierra, y llegó marzo alzando un poco la frente sobre las montañas gigantes que ensombrecían la vega. Cuando marzo llegó, el enfermo de la casona se estaba muriendo. El médico que le asistía solicitaba «una consulta» con acento augural, y doña Rebeca había llamado a Salvador pensando: éste no me cobra nada....

Esta expresión era invisible en la presencia de Dimmesdale, pero se volvía más intensa cuando el médico cruzaba el umbral. ¡Un caso extraño! murmuraba. Necesito escudriñarlo más profundamente. ¡Rara simpatía entre alma y cuerpo! Aunque no fuera más que en beneficio de la ciencia, tengo que investigar este asunto á fondo.

Privadamente, había descubierto ya sus intenciones a los patronos de la escuela; pero, siendo en aquel tiempo escasos los jóvenes de un carácter moral intachable, consintió en continuar el curso hasta la próxima primavera, pasando así todo el invierno. Nadie conocía su intención excepto su único amigo, un tal doctor Duchesne, joven médico criollo, conocido de la gente de Wingdam por Duchesny.

Pasó la joven al despacho, y allí, sola con el médico, no pudiendo contener la pena que se desbordaba de su corazón, rompió a llorar. Recibiola con mucha bondad Augusto, la hizo sentar, preguntole mil cosas; pero ella, acongojada, no podía decir más que esto, que repitió tres veces: «Dame de comer y no me toques».

Llámase induccion la manifestacion de un universal por la enumeracion de todos los particulares. Este cisne es blanco, tambien lo es este, y así de los demas: luego todo cisne es blanco. Un Médico una medicina para quitar una enfermedad, la repite otra vez, y logra la curacion.