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Después miró a su amiga, diciéndole en tono muy seco: «Van a San Sebastián y a Biarritz, y a principios de Setiembre irán todos a París». Niñas dijo doña Casta, tocándoles en los hombros . ¿De qué agua quieren ustedes?... ¿Progreso o Lozoya? Lo mismo me da replicó Fortunata. Toma Lozoya, y créeme insinuó doña Lupe, con su vaso en la mano . Por más que diga esta, Progreso es un poquito salobre.

Total, que la noticia llegó a la sutil oreja de doña Lupe a los tres días de haber salido del labio tímido de Rubinius vulgaris. Cuentan que doña Lupe se quedó un buen rato como quien ve visiones. Después dio a entender que algo barruntaba ella, por la conducta anómala de su sobrino. ¡Casarse con una que ha tenido que ver con muchos hombres! ¡Bah!, no sería cierto quizás.

Aquella noche, excitado por el entusiasmo que le produjo la resolución de casamiento, se dejó decir, tocante a su tía, algo que era quizá indiscreto. Doña Lupe prestaba dinero, por mediación de un tal Torquemada, a militares, empleados y a todo el que cayese.

Hija, hay que irse acostumbrando a hablar como Dios manda». Quería doña Lupe que Fortunata se prestase a reconocerla por directora de sus acciones en lo moral y en lo social, y mostraba desde los primeros momentos una severidad no exenta de tolerancia, como cumple a profesores que saben al pelo su obligación.

Yo, realmente repuso Maximiliano con serenidad, que más le asombró a él mismo que a doña Lupe , no me he sofocado... yo estoy tranquilo, porque mi conciencia... Aquí se volvió a embarullar. Doña Lupe no le dio tiempo a desenvolverse porque se metió en la alcoba, cerrando las vidrieras. Desde el gabinete la sintió Maximiliano trasteando. Guardaba el dinero.

«Pero muy bien, perfectamente bien dijo el cura apoyando las manos en los brazos del sillón, para enderezar el cuerpo . Verás ahora, grandísimo piruétano, cómo te pongo yo las peras a cuarto. Tía, buenas noches. Ahora va a ser la gorda. Acostados los dos, hablaremos». Encerrose Nicolás en su alcoba, que era la de su hermano, y ambos se metieron en la cama. Doña Lupe se puso fuera a escuchar.

Supo además el anciano que doña Lupe no vivía ya en Chamberí, sino en la calle del Ave María, y que todo el tiempo que le dejaba libre a Maxi la farmacia, lo empleaba en darse buenos atracones de lectura filosófica. Le había dado por ahí. Luego hablaron de otras cosas.

Cada vez que D. Francisco le llevaba dinero cobrado, un problema de usura resuelto y finiquito, se alegraba tanto la viudita que se le abrían los poros, y por aquellas vías se le entraba el carácter de Torquemada a posesionarse del suyo e informarlo de nuevo. La esposa de Torquemada estaba hecha tan a semejanza de este, que doña Lupe la oía y la trataba como al propio don Francisco.

Un día le leyó la cartilla en estos términos: «Puedes salir; no eres una chiquilla y ya sabes lo que haces. Yo creo que no nos darás ningún disgusto, y que has de mirar por el decoro de la familia lo mismo que miro yo. La dignidad, hija, la dignidad es lo primero». Pero doña Lupe empezaba a hacérsele horriblemente antipática, y por nada del mundo le habría hecho una confidencia.

Es una mujer que parece está bebida; pero muy bebida... ¿Y no acierta quién es?, la señá Mauricia. ¿Pero oyes, mujer, has oído? dijo doña Lupe desde el pasillo volviendo a la sala . Mauricia... borracha... ahí tienes lo que reúne tantísima gente. ¿Pero la viste bien?, ¿estás segura de que es ella? preguntó Fortunata pasado el primer momento de asombro. , señorita, ella es...