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Tres expediciones, salidas de los puertos de Francia y España, bajo los inmediatos auspicios de Luis XV y de Felipe V, se dirigieron al ecuador y al polo, para medir y comparar los arcos del meridiano.

Preguntáronle sus padres si le habían pagado, y repuso: «No estaba don Luis; ya le veré en el SenadoLo cierto era que, como en casa del señor de Ágreda quien satisfacía todo gasto era Paz, a Pepe le repugnó la idea de que fuese ella quien le pusiera en la mano el puñado de duros ofrecido por su padre.

6 La Virgen de los Desamparados de Valencia, de Marco Antonio Ortiz. 7 Duelo de honor y amistad, de D. Jacinto de Herrera. 8 Selva de amor y celos, de D. Francisco de Rojas. 9 El más piadoso Troyano, de D. Francisco de Villegas. 10 Pelear hasta morir, de D. Pedro Rosete Niño. 11 El legítimo bastardo, de D. Cristóbal de Morales. 12 El afanador de Utrera, de Luis de Belmonte.

El tablado se hallaba dividido en dos partes, por medio de un enverjado fabricado con los susodichos materiales, y paralelo á lo que debía ser telón de boca, destinándose la parte posterior, para foyer, como diría mi amigo Luís, de público, actrices y actores.

D. Luis, por encima de la mesa, que estaba entre él y el conde, con agilidad asombrosa y con tino y fuerza, tendió el brazo derecho, armado de un junco o bastoncillo flexible y cimbreante, y cruzó la cara de su enemigo, levantándole al punto un verdugón amoratado. No hubo ni grito, ni denuesto, ni alboroto posterior. Cuando empiezan las manos, suelen callar las lenguas.

El ingeniero protestó, con el rubor del enamorado que vive en plena idealidad. ¡Pero, don Luis!; usted propone cosas... enormes.

¡Luis!... ¡Primo!... exclamó éste no menos sorprendido. Pero, pasada la primera impresión, hizo un movimiento de molestia semejante al del que duerme y se ve bruscamente despertado. El hermano, á impulsos de su meliflua cortesía, siguió andando para detenerse á alguna distancia de los dos hombres.

Coronel urbano D. José Forneguera; el Reverendo Padre, Dr. Fray Manuel Torres, Provincial del convento de la Merced; el Reverendo Padre, Fray Juan Manuel Aparicio, Comendador del mismo; el Sr. Dr. D. Juan Francisco Seguí, Abogado de esta Real Audiencia; el Sr. D. Pedro de Usua, vecino y de este comercio; el Sr. Dr. D. Luis José Chorroarin, Rector del Real Colegio de San Carlos; el Sr.

Una mañana llegó éste no hallándose don Luis en casa, y pasó a la pieza de los libros, inmediata al despacho: poco después apareció Paz, disimulando su turbación y haciéndose la distraída.

Creo algunas veces que aun me mecen susurrándome cuentos al oído. El médico sonreía, y Sánchez Morueta se apresuró á añadir: Pero me siento más feliz, más tranquilo que antes. Además, en estas meditaciones hay algo que me impresiona profundamente y que ni ni nadie podéis negar: la Muerte. Nos hacemos viejos, Luis, y ella llega y no valen para ablandarla riquezas ni ruegos.