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El coro daba lástima con las escasas voces de los tímidos y los comodones que, pegados al asiento y no pudiendo vivir lejos de él, habían reconocido al rey intruso. El segundo cardenal de Borbón, el dulce e insignificante don Luis María, estaba en Cádiz, de regente del reino.

En medio de aquella plaza, compás ó patio, y dando frente á la Universidad, álzase desde la primavera de 1868 la Estatua de Fray Luis de León, discípulo que fué y luego catedrático, de aquel emporio del saber. Por ninguna parte se veía alma viviente. Nosotros nos sentamos al pie de la estatua, y nos pusimos á recapacitar en la historia y en la grandeza de cuanto teníamos ante la vista.

Facundo parte a asociarse a aquellos filibusteros de la Pampa, y acaso la conciencia que deja de su carácter e instintos, y de la importancia del refuerzo que va a dar a aquellos destructores, alarma a sus compatriotas, que instruyen a las autoridades de San Luis, por donde debía pasar, del designio infernal que lo guía.

Usted sería de los auxiliares, como mi primo Pepe, dijo Aresti; de los que defendían la villa. Goicochea dió un respingo en su asiento, pero en seguida recobró su aspecto plácido y contestó con humilde sonrisa: ¡Quia, no señor! Yo estaba con los otros: era sargento en un tercio vizcaíno y llevaba la contabilidad... Cosas de muchachos, don Luis: calaveradas.

¡Juye, persona farsa, y que Dios te castigue quitándote la gachí de la viña! Que se te la yeve un señorito... que don Luis la disfrute, y lo sepas. ¡Ay! ¡Qué esfuerzo hubo de hacer Rafael para no volver sobre sus pasos y estrangular a la vieja!... Media hora después Zarandilla paró su carro a la puerta.

El barón Roussel había constituído un mayorazgo de diez mil francos de renta y añadido á su título el nombre de la tierra de Pontournant. Su hijo, que en tiempo de Luis Felipe se había dedicado á la industria, creyó oportuno llamarse sencillamente Roussel, y Fortunato, continuador de los negocios y partícipe de los escrúpulos de su padre, dejaba en el olvido su título nobiliario.

Pero fray Luis de Aliaga tenía el sentimiento de la virtud, la amaba y la practicaba. Comprendió que su suerte estaba decidida y la aceptó. No dió el escándalo de rebelarse contra ella. Tuvo bastante fuerza de voluntad para encerrar, para contener dentro de su alma sus pasiones, y que no se demostrasen en sus actos, ni saliesen siquiera á su semblante, ni á sus palabras.

Don Luis permaneció en el despacho contemplando las cuartillas: «¡Si esto es un discurso! murmuraba. ¡Si no hay más que añadir al principio: Señores, y al final: He dicho! ¡Ah! , y algo de relleno; unos párrafos... mi consecuencia, la lealtad al gobierno, la libertad, el amor a las institucionesEra cosa resuelta; los taquígrafos tendrían que trabajar por causa suya.

Pero Luis contenía sus impulsos, y los ocultaba bajo una alegre confianza, recuerdo de la fraternidad infantil. Cuando instintivamente se permitía algún atrevimiento que molestaba a la moza, hacía memoria de los tiempos de la niñez. ¿No eran como hermanos? ¿No se habían criado juntos?... En él no debía ver al señorito, al amo de su novio.

Luis era liberal, muy liberal. Disentía en este punto de sus maestros de la Compañía, que hablaban de don Carlos con entusiasmo, afirmando que era «la única bandera».