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La viejecita se vivía las horas muertas en la iglesia rezando, barriendo y comadreando, porque la pobre había concluido por ingresar en el batallón augusto de las beatas y ratas de la iglesia.

La atmósfera de la iglesia, con el olor del incienso y el cuchicheo inquieto de las oraciones, penetraba sutilmente los sentidos de Muñoz y se confundía con la vaguedad de su sentimiento.

Ella tiene pues todos los caractéres de verdadera, de divina. Los protestantes y la Iglesia católica.

Causó estupefacción en el primer momento la presencia de Roseta: algo así como la entrada de un moro en la iglesia de Alboraya en plena misa mayor. ¿A qué venía allí aquella «hambrienta»?... Saludó Roseta á dos ó tres que eran de su fábrica, y apenas si le contestaron, apretando los labios y con un retintín de desprecio.

Agregábanse los impresos y manuscritos que fue encontrando en la casa, y entre los cuales aparecieron varios librotes arábigos, que hizo quemar al pronto, en medio del patio, en presencia de un canónigo de la Iglesia Mayor. Al poco tiempo los volúmenes se amontonaron sobre el suelo.

9 La gitanilla de Madrid, de D. Antonio de Solís. 10 Escarramán, comedia burlesca, que se hizo en el Buen Retiro, de D. Agustín Moreto. 11 El mejor casamiento, de D. Juan de Matos Fragoso. 12 La desgracia venturosa, de D. Fernando de Zárate. 1 El águila de la Iglesia, de D. Francisco González del Busto. 2 Las niñeces y primer triunfo de David, de D. Manuel de Vargas.

Y sin embargo, era de creer que había guerra, puesto que aquella misma noche, cuando regresaba a Munich, vi en una plazuela, abrigada y recogida como una capilla de iglesia, cirios que ardían alrededor de una Maria-Säule, y mujeres arrodilladas, cuyos prolongados sollozos eran interrumpidos por las plegarias.

Miguel tuvo el presentimiento de que este aviso iba á sacarle de su incertidumbre. En aquella iglesia encontraría á Alicia.

El 21 de junio de 1832, Fernando VII, arrastrando los pies más por la gota que por los años, y María Cristina, en todo el apogeo de su lozanía y su belleza, sacaban de pila en la colegiata e iglesia parroquial de la Santísima Trinidad, del Real Sitio de San Ildefonso, a un niño que se llamó Fernando, Cristián, Robustiano, Carlos, Luis Gonzaga, Alfonso de la Santísima Trinidad, Anacleto, Vicente.

Creíamos que milord se había marchado a Inglaterra. Y me alegré, señor me alegré dijo el más joven porque no quiero compromisos, y milord me está comprometiendo. Acabáronse las condescendencias peligrosas. Bueno dijo Gray con desdén. El más anciano preguntó: ¿Entró al fin milord en el seno de la iglesia católica? ¿Para qué?