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En la quietud calma de la hora el poeta relee sus poemas, y con sus ojos, que parecen gemas, los negros signos que escribió devora. De la lectura de sus versos goza besando aquellos que le mienten gozo, y ante los tristes con pesar solloza poniendo el alma toda en un sollozo. Una ténue sonrisa se dibuja en sus pálidos labios sensuales al murmurar sus rimas musicales;

Y los vecinos de las Claverías sentían halagado su orgullo de parias cuando veían al príncipe eclesiástico arrastrar su sotana de vivos rojos por los andenes de piedra para sentarse en el cenador y charlar más de una hora con la vieja, mientras los familiares permanecían respetuosamente de pie en la puerta de la verja. A Tomasa no le enorgullecía este honor.

Durante todo él estuvo nerviosa, agitada dulcemente, como la colegiala que espera ver a su amante escalar de noche las rejas del balcón. Cuando llegó la hora, dijo a su padre que le dolía la cabeza, para retirarse temprano.

¡No lo , Hojeda, no lo !... Señores, aguardemos, ya que doña Martina no quiere decirlo manifestó Romillo. D. Bernardo no puede tardar mucho. Tardó, sin embargo, más de lo que contaban; un buen cuarto de hora lo menos. Al fin se oyó en el pasillo algo como repiqueteo de armas y espuelas, y apareció en la puerta el Sr. de Rivera vestido de máscara. Gran asombro en todos los circunstantes.

Todo se le podía perdonar, menos aquel capricho desatinado de enamorar a la hija de Gregoria, que le despreciaba hasta el punto de no haberle jamás dirigido la palabra, como que le dejó en mantillas... y hasta la fecha. Pero él no entendía de razones. Era un muchacha que no tenía pies ni cabeza. ¿Sabes a qué hora llegó anoche?... hoy, mejor dicho: ¡a las tres y treinta y cinco!

Dos horas después volvió á salir, y se sentó en el banco de piedra, entre el grupo de los parroquianos, para oír otra vez al maestro mientras llegaba la hora del mercado. Los amos acababan de prestarle el piquillo que le faltaba para la compra del rocín.

Se hizo la obscuridad; una obscuridad poblada de suspiros y misteriosos rumores. Una hora después, cuando el silencio era absoluto, sonó quedamente la voz de Freya. Recapitulaba lo que no se habían dicho, pero que los dos pensaban á la vez. La doctora cree que debes quedarte. Deja que tu buque se marche con ese fauno feo que sólo sirve de estorbo.

Quiero arrojarme á lo que en otros tienen hecho tanto hábito que en ocho dias y en menos despachan la farsa mas dificil. »DOCTOR. Sea en buena hora: dad efecto á vuestra voluntad, que desde hoy no hallará contradiccion en la mia. Pesame de averos tan importunamente persuadido lo que os estava bien. Podra ser suspireis algun dia por la falta de recuerdos.

Y a todos. Nos aguarda un mal cuarto de hora. Despertaron al Capitán y a sus compañeros y les dijeron lo que ocurría. La cosa puede ser muy grave dijo Van-Stael . Los cocodrilos de los ríos de Nueva Guinea son feroces y no temen al hombre. ¿Empieza a subir la marea? Desde hace un cuarto de hora respondió Van-Horn. Es necesario defendernos hasta que estemos a flote.

Compadecido don Manuel, ablandó su voz para decirle efusivamente: Todavía estoy aquí yo, hijo. En la negra hora de su agonía le juré a tu madre ampararte, y he tratado de cumplir mi juramento. Te eduqué y te hice un hombre; dócil ha sido tu condición para que yo haya podido formar de ti un mozo tan noble y amable como para hijo le hubiera deseado.