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Con todos sus desdeñosos alardes, debía quedarle un resquemor, porque acompañó dicha frase con un brusco movimiento de hombros y cierto gesto que le contraía los labios y daba a su rostro una expresión desagradable. Habitualmente perdía así la elegancia de la actitud y la distinción del rostro en cuanto le dominaba un estado de pasión; la verdadera mezquindad de su ser se traslucía.

Vestía ligero traje de muselina, y estaba graciosamente envuelta en un rebozo que cruzándose flojo y llena de pliegues en el pecho de la joven dejaba caer hacia atrás, sobre los hombros, las flecadas puntas. La luz de la lámpara daba de lleno en el rostro de la doncella, en aquel rostro pálido y melancólico, doblemente interesante bajo los negros cabellos.

Las de Consejero y el P. Norberto no se prolongaban mucho tiempo, porque éste, hombre de buena pasta, flemático, concluía por callarse alzando los hombros con resignación y sacudiendo al mismo tiempo la cabeza en señal de muda protesta. Las que se eternizaban eran las de Consejero con D. Martín, siendo ambos a cual más irascible y tozudo.

Era el mismo aucamiento de la otra noche, pero sordo, quedo, ronco, como si el que lo lanzaba tuviese miedo de que el grito se esparciese demasiado, colocando sus manos en torno a la boca para enviarlo con esta bocina natural únicamente hacia la torre. Pasada la primera sorpresa, rio silenciosamente, encogiendo los hombros.

Al quedar solo, el gigante se movió con lentos pasos á lo largo de la Universidad, cuyas balaustradas finales le llegaban á los hombros. No veía ningún edificio que pudiera servirle de asiento.

Mientras la arrastraban, Lita iba repitiéndose la mágica fecha, para que no la olvidase su memoria de pajarito... Todavía al despedirse de Ramón hasta el día siguiente, le recomendó otra vez: ¡No vayas a perder el apunte! Ramón se alzó de hombros ante tanta insistencia, y se volvió a la cocina ligeramente disgustado por la poca atención que mereciera su abanico de papel de colores...

Hubo un momento en que pensé que le tiraba. Castro sonrió lleno de condescendencia. La niña se apresuró a decir: Ya que es usted un gran jinete; pero de todos modos, siempre puede suceder una desgracia. ¿Qué hubiera usted hecho si me hubiese tirado? preguntó él mirándola a los ojos fijamente. ¡Qué yo! exclamó la niña alzando los hombros y ruborizándose.

Todos querían ver á los contendientes y se empujaban, ansiando pasar su mirada por encima de los hombros que tenían delante. El barrenador guipuzcoano era un mocetón mofletudo, de ojos abobados, ruboroso y con cierto miedo, al verse objeto de todas las miradas.

Los dos clientes se encogen de hombros y se marchan a ver los telegramas expuestos. En la primera alza las vendemos dice Jacinto. Y el alza vendrá en pocos días contesta Quilito convencido; ¡ya lo verás! Las ideas de pérdida y de insolvencia que, a pesar suyo, se entrechocan en su cerebro, les produce desagradable comezón. Si pierdo piensa Jacinto, pagará el viejo.

Por la noche tales cosas espeluznan manifestó el marica de Sierra guiñando el ojo a los otros. Lo que hay que pensar ahora, Amalia, es lo que se va a hacer con esta niña. La dama se encogió de hombros con indiferencia. Phs... no ... La dejaremos esta noche aquí. Mañana le buscaremos una nodriza que quiera tenerla en su casa... porque en ésta, a la verdad, es un trastorno.