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Tengo la certeza de que si esto sigue, aún te verán alguna noche con una guitarra, en Las Arenas, cantando serenatas ante la ventana de mi sobrina. Aresti, por no molestar al ingeniero, cambió de tono y le habló con gravedad. Podía prepararse á sufrir disgustos. Aquello no sabía él cómo podía acabar; lo más probable era que terminase de mal modo. Lo dijo Sanabre con tristeza.

Una treintena de indios é indias están sentados en el sajig; un indio templa las dobles cuerdas de metal de su guitarra, y un individuo del sexo fuerte y otro del débil, esperan que aquella esté á punto, teniendo la mujer sobre la cabeza una taza llena de vino de coco.

, y para siempre... dijo Carlos. Para la vida... contestó Anita. Sus bocas se encontraron y él la estrechó contra él en un abrazo convulsivo. Cayendo a sus pies, la guitarra despidió un sonido dulce y armonioso, como el último acorde de un órgano. Carlos miraba a su mujer con esa mirada que va al corazón, que hace estremecer de amor, que hace daño.

Esta pandereta, con la chula tocando la guitarra, para miss Newton. Si ella viera los originales, ¡qué desilusión!

Tal vez había dejado en su país los recuerdos de un amor desgraciado. Muchas noches, el florentino, tendido en la cama de su alojamiento, escuchaba á Robledo, que hacía gemir dulcemente su guitarra, entonando entre dientes canciones amorosas del lejano país. Terminados los estudios, se habían dicho adiós con la esperanza de encontrarse al año siguiente; pero no se vieron más.

El Naranjero se apresuró a ofrecerle una caña, que ella apuró de un tope, como quien la vierte en el estómago. A nuestro lado, en los demás cenadores, se oían también los sones de la guitarra, el choque de las copas y los jipíos de los cantaores y cantaoras, entreverados de blasfemias y frases obscenas.

Porque nuestro Jerez y nuestro Málaga, con su color amarillo sombrío, me parecen tan tristes como el canto de una dueña; mientras que el color rosado y riente de este champaña me llenan el alma de alegría. ¡Dios de verdad! Es como si oyese a mi Juana rasguear en mi guitarra un vivo bolero. Por mi fe; viva el vino de Francia repuso dejando tan vivamente el vaso sobre la mesa, que lo rompió.

Y todos salieron a la desbandada, empujándose, ansiando en la asfixia de la embriaguez aspirar el aire libre del patio. Muchas, al abandonar la silla andaban tambaleantes, apoyando la cabeza en el pecho de un hombre. La guitarra del señor Pacorro sonó con triste quejido al chocar con el quicio de la puerta, como si la salida fuese estrecha para el instrumento y el Águila, que lo empuñaba.

»Pero, en fin, nuestro hombre invade de este modo el teatro y pide su asiento á los que ya están sentados en sus bancos; dícenle éstos que no lo hay para él, pero que probablemente faltará alguno de los espectadores que han pagado ya el suyo, y que espere, por tanto, hasta que salgan los tocadores de guitarra, y que entonces ocupe el asiento que quede libre.

UN MAJO. ¡Vamos, cállate, cállate, joven de las cintas! vuélvete a la calle del Fideo a tocar la guitarra y a echar flores a los transeúntes detrás de tu celosía. Si has visto al gitano de tan cerca, es que seguramente el verdugo te habrá ayudado muchas veces a ponerte la mantilla, y te habrá protegido en estas circunstancias.