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¡Cuánto sueño de gloria! ¡Cuánta esperanza despiertan en mi mente los acordes de la guitarra! La luna se esparcia sobre la playa, el mar, dormido, con su blando arrullo la acariciaba, y léjos, de la brisa vagando en alas, se escuchaban los sones misteriosos de la guitarra.

De aquellos amores le habían quedado varias canciones a la luna, en una especie de canto llano que ella misma acompañaba con la guitarra. Una de las canciones comenzaba diciendo: Esa luna que brilla en el cielo melancólicamente me inspira: es el último son de mi lira que por última vez resonó. Se trataba de un condenado a muerte.

337 Hay gauchos que presumen de tener damas; no digo que presumen, pero se alaban, y a lo mejor los dejan tocando tablas. 338 Se secretiaron las hembras, y yo ya me encocoré; volié la anca y le grité: ¡dejá de cantar- chicharra! Y de un tajo a la guitarra tuitas las cuerdas corté.

Todas las noches, al salir de casa con la guitarra colgada del cuello, se le ocurría el mismo pensamiento: «Si Santiago estuviese en Madrid y me oyese cantar, me conocería por la voz.» Y esta esperanza, mejor dicho, esta quimera, era lo único que le daba fuerzas para soportar la vida. Llegó otro día, no obstante, en que la angustia y el dolor no conocieron límites.

Según las últimas noticias, él y su guitarra vagaban por Valparaíso, para mayor delicia de los marineros que frecuentan las casas alegres.

Asustados todos salieron á la calle y se precipitaron á ver lo que tanto ruido significaba. La puerta de la tía Basilisa estaba abierta y por ella vieron á la terrible vieja tratando de desasirse de su hija y de su yerno para arrojarse sobre el desgraciado Celso que tenía la guitarra metida en la cabeza hasta el cuello y forcejaba por arrancársela.

Tañían una guitarra, Y ésta nunca salía fuera, Sino adentro, y en los blancos, Muy mal templada y sin cuerdas, Bailaba á la postre el bobo, Y sacaba tanta lengua Todo el vulgacho, embobado De ver cosa como aquella

El mozo de aquella sala, que estaba afinando una guitarra, dejó el instrumento, limpió la mesa de Reyes y le preguntó si quería el Jerez y los bizcochos. ¡Qué bizcochos!, no, amigo mío. Botillería, eso tomaría yo de buena gana. Tengo el gaznate hecho brasas.... El mozo sonrió compadeciendo la ignorancia del señorito. ¡Botillería a aquellas horas! Ya ve usted... botillería a estas horas....

En las noches de verano se oye sin cesar la guitarra en la puerta de las tiendas, y tarde de la noche el sueño es dulcemente interrumpido por las serenatas y los conciertos ambulantes. El pueblo campesino tiene sus cantares propios. El triste, que predomina en los pueblos del Norte, es un canto frigio, plañidero, natural al hombre en el estado primitivo de barbarie, según Rousseau.

Este que de las musas es recreo, La gracia, y el donaire, y la cordura, Que de la discrecion lleva el trofeo: Es PEDRO DE MORALES, propria hechura Del gusto cortesano, y es asilo Adonde se repara mi ventura. Este, aunque tiene parte de Zoílo, Es el grande ESPINEL, que en la guitarra Tiene la prima, y en el raro estilo.