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Te has llevado lo mejor del barrio, granuja. ¡Los que te envidian por allá y desean verte morir!... Pero lo que has hecho es propio de tus pocos años. ¡Ay, si tuvieses los míos! ¡Si poseyeras mi sabiduría!... Ya te cansarás: el amor es un sarampión de cabeza, que todos sufrimos a cierta edad. Cree, muchacho, que el hombre está mucho mejor solo. Ya sabes que yo pasé unos cuantos meses en la Modelo.

Estamos a fin de mes y hay que pagar en seguida. ¡Oh, ese hombre! ¡Ese pillo! ¡Da lástima ver tanto desesperado, tantos padres de familia dispuestos a matarse o a matar a ese granuja si le pillan! El muy ladrón debió saber antes que nadie lo de la baja, y... ¡échale un galgo! ¡Dios sabe dónde estará ahora!

Velázquez se lanzó de un salto sobre ella, la agarró por los brazos y la sacudió convulsivamente, mientras la joven, loca de furor, seguía escupiéndole á la cara más que diciéndole: ¡, te llamo canalla!... Mátame ahora, cobarde... mata á una mujer... ¡Eso debes hacer, granuja!...

No subo porque tengo que volver a los carros de pateta. ¿Qué dices, granuja? Que no va el carro grande por menos de cuarenta reales, y como me mandaste que no pasase de treinta... Tendré yo que verlo. Estos hombres no sirven mas que de estorbo, ¿verdad, Nina? Verdad. ¿Y qué es? ¿Se muda la señora?

Quieto en su terreno, cita usté ar bicho, le deja vení, y cuando lo tiene ar lao, quiebra usté y le pone los palos en el morrillo. Usté no tié que preocuparse de na: el toro lo hará too por usté. Atensión... ¿Estamos? Y apartándose el maestro se encaró con el terrible toro, o más bien, con el granuja que estaba detrás, puestas las manos en el cuarto trasero para empujarle.

No; ella le quería, y aunque le diese algún disgusto, consideraba a Rafael, a pesar de su sotana mugrienta y su cara de granuja, como un rendido trovador de los que en aquella época de romanticismo hacían el gasto en todos los extravíos de imaginación femenil.

Y, no contento con esto, me arrojé sobre él con rabia, dirigiéndole con los golpes mil denuestos: ¡Canalla! ¡Granuja! ¡Tío indecente! Suárez, repuesto un poco, me echó las manos al cuello, y comenzamos a forcejear furiosamente. Los dos estábamos bastante cargados de alcohol; pero yo era más alto y más fuerte.

Todo fue ilusión; la puerta siguió cerrada. «Vaya, murmuró con ira, abrochándose el gabán, ese granuja no ha dado el recado;» y luego, con tristeza: «Adiós, Rosita, ya no volveré a verte.» Y muy a su pesar, después de aguardar todavía un rato, comenzó a alejarse lentamente de aquellos sitios, caviloso y con el corazón apretado. Al dar otra vez sobre el pueblo, fue cuando salió de su meditación.

Aquel granuja de la calle era capaz de subir, de prosperar, de hacerse rico, de casarse con su hermana y de considerar todo esto lógico, natural... Era una desesperación. Carlos hubiera gozado conquistando a la Ignacia, abandonándola luego, paseándose desdeñosamente por delante de Martín; y Martín le ganaba la partida sacando a la Ignacia de su alcance y enamorando a su hermana.

Decían unos que había sido granuja del mercadal, otros que empezó de lacayo de un banquero y luego fué cobrador de letras y zurupeto, otros que había sido soldado de Cabrera en la primera guerra civil, y que el origen de su fortuna estuvo en una maleta llena de onzas de oro que robó a un viajero.