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Pues no lo sé, ni lo he sabido nunca. ¡Nadie! ¡nadie! exclamó el clérigo terciando el manteo y comenzando a dar vueltas por la habitación como un loco. ¡Nadie sabe dónde se esconde ese pillo!... Porque es un pillo, ¿sabe usted? añadió encarándose con Timoteo ferozmente como si no esperase más que éste le contradijese para arrojarse sobre él. ¡Un granuja! ¡un miserable! ¡un estafador! ¡En cuanto le tropiece le piso la cara!
Salabert triunfaba. El granuja del mercadal de Valencia traía los reyes a su casa. Sus ojos saltones, mortecinos, de hombre vicioso, brillaban con el fuego del triunfo. La explosión de la vanidad hacía volar en pedazos las inquietudes sórdidas que aquel baile le había causado, la lucha a muerte que había sostenido con su avaricia.
Moriría antes seco, la familia no tendría pan; y después de tanta miseria, ¡multa encima!... ¿Y aún dicen si los hombres se pierden?... Movíase furioso en los linderos de su bancal. «¡Ah, Pimentó! ¡Grandísimo granuja!... ¡Si no hubiera Guardia civil!»
Y cuidado que le quiero bien, lo que se llama bien... Pero hay casos en que se salta por encima de todo... como este caso... O es uno buen amigo o no lo es; o es uno persona decente, o un granuja. ¡Carape, carape, carape!... ¡Qué cosas, hombre!... ¡qué cosas más raras éstas!... En la botica trabajó mucho sin gran necesidad, y canturreó bastante aquella noche hasta la hora de cenar.
Por fin se había convencido de que era un hombre; ya no sentía crueles dudas y sonreía satisfecho al recordar el aspecto del mocetón cayendo de rodillas y chorreando sangre. ¡Granuja!... ¡Hablar tan libremente de su novia! No; no quería arreglos con él. Al dar la vuelta a la llave oyó que le llamaban: ¡Menut! ¡Menut! Era Tono, que salía de detrás de una esquina. Mejor: le esperaba.
En el pórtico de la casa grande, donde se detuvo el coche, cesaron las ilusiones del granuja, porque un criado le dijo que si manchaba el piso con sus pies enlodados, le rompería el espinazo. Ante esta abrumadora razón, Migajas se retiró, lleno el corazón de un ardiente anhelo de venganza.
¡Que no disfruto de nada! ¿Tú crees que no es nada burlarse de los gendarmes, de los investigadores, de los carabineros, irritarlos, despistarlos y oír decir por todas partes: «Ese granuja de Marcos, ¡qué listo es!... ¡Cómo hace lo que quiere!... Es capaz de acabar con todo el Estado...» Y esto y lo otro. ¡Je, je, je! Te aseguro que es el placer mayor del mundo.
«¡Granuja! gritó el civil , sal de ahí o te hago fuego. ¡Fuego, fuego!» clamó a lo lejos la voz del comisario, a quien piadosas chulapas ponían una venda. Pecado había entrado con ánimo de no parar hasta verse en lugar seguro, aunque tuviera que ir a las entrañas de la tierra.
Para esto siempre tenía que emplear el castellano: ¡Canalla! ¡Granuja! le decía . ¡Viejo cochino! ¡Cobarde! Marqués contestaba a los insultos con un ladrido suave, que parecía una quejumbrosa protesta, movía la cola como un péndulo y se ponía a andar en zig-zag, olfateando por todas partes. De pronto veía que algunas hierbas se movían y se lanzaba a ellas como una flecha.
¡Granuja! rugió el matón, al mismo tiempo que caía una de sus manos sobre la cara de Batiste, sonando una terrible bofetada. Como animado por tal agresión, todo el corro se lanzó contra el odiado intruso; pero encima de la línea de cabezas empezó á moverse un brazo nervudo empuñando un taburete con asiento de esparto, el mismo tal vez en que estuvo hasta poco antes Pimentó.
Palabra del Dia
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