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Iban sofocados, sudorosos, de tanto como habían bregado en la galería del piso tercero con Irene y las chicas del jefe de cocinas. «¡Hija, cómo estás!... dijo Rosalía, deteniendo a la niña . Tienes la cara como un cangrejo cocido... Ahora corre aire... métete en casa; no te constipes... ¿Y este granuja...? ¿Ve usted cómo viene?, todo roto y hecho un Adán.

Marchó con precaución, y asomando su enérgica nariz aguileña, pudo al fin columbrar la roma y barnizada de mocos del granuja, que en compañía de uno de sus más fieles discípulos se ocupaba en hacer crecer la inmensa bola de cera que había extraído de las velas.

El señor canónigo Obrero más de una vez le hubiese puesto de patitas en la calle si no fuese por consideración a la memoria de su padre y de su abuelo y al apellido que lleva, pues todos saben que los Luna son antiguos en la catedral como las piedras de sus muros.... No se le ocurre calaverada que no la realice: en plena sacristía jura como un impío a espaldas de los señores beneficiados. ¡No digas que no, granuja!

Quien ha visto muchacho diligente Que en goloso á si mesmo sobrepuja Que no hay comparacion mas conveniente, Picar en el sombrero la granuja, Que el hallazgo le puso alli ó la sisa, Con punta alfileresca, ó ya de aguja: Pues no con menor gana, ó menor prisa Poetas ensartaba el Nume airado Con gesto infame, y con dudosa risa.

Ni nadie la consideraba de otro modo: si algún granuja de la calle le recordó que formaba parte de la mitad más bella del género humano, hízolo medio a cachetes, y ella rechazó a puñadas, cuando no a coces y mordiscos, el bárbaro requiebro. Cosas todas que no le quitaban el sueño ni el apetito.

perteneces al linaje humano, yo no. Siendo distintas nuestras naturalezas, no podemos unirnos. Es preciso que cambies la tuya por la mía, lo cual puedes hacer fácilmente con sólo quererlo. Respóndeme, pues. Pacorrito Migajas, hijo del hombre, ¿quieres ser muñeco? La singularidad de esta pregunta tuvo en suspenso al granuja durante breve rato. «¿Y qué es eso de ser muñeco? preguntó al fin.

Prueba de ello Tistet Védène y su maravillosa aventura. Era al principio este Tistet Védène un descarado granuja, a quien su padre Guy Védène, el escultor en oro, se había visto en la necesidad de arrojar de su casa, porque además de que no quería trabajar, maleaba a los aprendices.

Bueno, ya veo que lo quieres es acompañarme. Iremos juntos, y, si conseguimos traer las letras firmadas te daré algo. ¿Cuánto? Ya veremos. ¡Qué granuja eres! exclamó Bautista ¿para qué quieres tanto dinero? ¿Qué yo? Ya veremos. Yo tengo en la cabeza algo. ¿Qué? No lo , pero sirvo para alguna cosa. Es una idea que se me ha metido en la cabeza hace poco. ¿Qué demonio de ambición tienes?

Y mirándola él también, de repente volvió a su risa pueril, motivada por las cosquillas que en el cuello le hacía el gatito... «Si es un granuja este... si no me deja vivir». Fortunata daba suspiros, sin que el anciano se enterase de esta expresiva manifestación de disgusto, y al fin, ella, comprendiendo que era inútil esperar de aquella ruina apuntalada un consuelo y un consejo, decidió retirarse.

Unos le hacían hijo de un carnicero de Sevilla; otros le declaraban granuja de la playa de Málaga en su juventud. Lo que se sabía de positivo, era que hacía ya muchos años había aparecido en Madrid como parásito de un título andaluz, el cual, después de haber disipado su fortuna, se saltó los sesos.