United States or Uruguay ? Vote for the TOP Country of the Week !


Clavó los ojos en la puerta con espanto, como si por ella fuese a entrar un aparecido: sus nervios se pusieron en tensión bajo una misteriosa influencia magnética. Un minuto después alzose la cortina y apareció la esbelta figura del P. Gil. Todos los ojos se volvieron hacia él con expresión de curiosidad.

V. las Notas de Cerda á la Diana enamorada, de Gil Polo: Madrid, 1802; págs. 515 y siguientes. V. á Lope de Vega, Arcadia. V. Dorotea. V. Laurel de Apolo. Cervantes, Viaje al Parnaso. Rojas, Loa de la Comedia. V. 1 Donado Hablador, pág. 534, Autores castellanos Rivadeneyra, Novelistas posteriores á Cervantes.

De todos modos, lo que no ofrece duda es que el P. Gil tiene una intervención muy principal en el asunto, y a él le pertenece la gloria de la reconciliación dijo gravemente D. Narciso. Si la hay repuso Consejero. La habrá replicó el capellán. La habrá, y aquí D. Martín tendrá quizá el gusto pronto de ver un sobrinito que le distraerá con sus travesuras y sus gracias.

Aunque se sintiese herido en lo vivo por esta réplica indirecta, el P. Melchor no osó responder, y prefirió hacerse el distraído devorando su enojo. Por más que no la confesasen, todos los clérigos de Peñascosa sentían la superioridad del P. Gil, que achacaban, por supuesto, a que era el único entre ellos que había seguido la carrera lata de teología.

Indudablemente sería Gil Vicente uno de los principales fundadores del drama español, dado el caso de que sus dramas se representaran en España. Verdad es que no hay datos auténticos, que confirmen este aserto, por lo demás no exento de verosimilitud.

Lo fue por influencia o mediación de D. Martín de las Casas y otros próceres. No les costó trabajo obtener este nombramiento del obispo, porque Gil se había hecho notar extremadamente como alumno aplicado e inteligente en el seminario de Lancia.

También la recordaba el P. Gil, porque la tenía más reciente, pero escuchaba con atención, por humildad, esforzándose en admirar la fortaleza de aquellos argumentos, en considerarlos irrefutables.

La sotana del clérigo, las enaguas de la joven tremolaron: les costaba trabajo avanzar. Por fin alcanzaron el gran portal de Montesinos. Se limpiaron el rostro con el pañuelo y repusieron el desorden de sus vestidos. El P. Gil volvió a dirigir una mirada curiosa y escrutadora a la oscura puerta en cuya cima ardía siempre la lamparita de aceite.

El P. Gil se esforzaba en atender a los argumentos que su anciano compañero iba vertiendo con voz profunda y solemne. Eran los mismos que había estado oyendo durante siete años en las cátedras del seminario de Lancia. Al dejar la senda y penetrar en una callejuela estrecha vieron llegar un hato de ganado avanzando lentamente.

Después de una pausa larga, añadió humildemente: No puede usted figurarse cuánto me disgusta el observar la envidia de D. Narciso. ¿La envidia? preguntó el sacerdote con sorpresa. ¿A quién tiene envidia? A usted, padre, a usted repuso con firmeza la joven. No, hija, no dijo el P. Gil todo azorado. Yo no puedo excitar la envidia de nadie... Soy un pobre clérigo... un miserable pecador...