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¡Ah, Marta, querida Marta, perdóname! suplicó la joven asustada echando los brazos al cuello de su aya y poniéndose a llorar sobre su pecho . He hecho mal. Seréis despedida, y yo moriré de pena y de dolor. No, no; tranquilízate, querida Elena dijo la viuda prodigándole sus caricias para calmarla . Habla. ¿Qué ha sucedido? Federico, Federico estuvo en el jardín...

Ya lo está usted mirando; porque en memoria del milagroso socorro, lo ataron con esas cuerdas y lo depositaron aquí, y al Señor se le quedó la advocación del Socorro . ¿Conque no lo sabía usted, don Federico? El señor vicario de dicho punto, según tenemos entendido, reclama el cuadro para que se le culto en la iglesia mayor.

Federico el Grande de Prusia, escribía á Voltaire: «Esta Orden ha dado á Francia hombres del genio más elevado

«Vaya, que está usted elegante» dijo Maxi, poniéndose a pesar unas dosis para píldoras. Pues más he de estarlo mañana. Mañana se casa mi hermanita con Federico Ruiz, un chico de mucho talento. ¿Le conoce usted? Los periódicos, que hablan constantemente de él, anteponen siempre a su nombre algún mote muy salado.

Entretanto dije yo, el Rey acabará por darse a Satanás si tiene que seguir mucho tiempo todavía sin almorzar. El viejo Sarto se rió socarronamente y me tendió la mano. ¡Es usted un verdadero Elsberg! dijo. Después nos miró detenidamente y exclamó: ¡Dios haga que nos veamos vivos esta noche! ¡Amén! fue el comentario de Federico de Tarlein. El tren se detuvo.

Luego le bastaba ver la sonrisa de Elena y la caricia de sus pupilas verdes y doradas para mostrar una confianza y una admiración iguales á las de Federico.

Congraciándose después todo el favor del emperador Federico III, es bastante afortunado para prestar servicios importantes á Margarita; pero mostrándose ésta todavía reservada y sin pasión hacia él, invoca en su ayuda el auxilio de la razón y del honor, y vence de esta manera las sugestiones de su amor. De una causa dos efectos.

Hermano Gabriel dijo la tía María, dirigiéndose a este , ¿no me ha dicho usted que le duelen los ojos? ¿A qué trabaja usted de noche? Me dolían contestó fray Gabriel ; pero don Federico me ha dado un remedio que me ha curado. Bien puede don Federico saber muchos remedios para los ojos, pero no sabe su merced el que no marra dijo el pastor.

La posesión de una pequeña ciudad rodeada de eriales y con un sepulcro vacío no valía la pena de que los hombres se degollasen durante siglos. El monarca sarraceno le entregaba Jerusalén graciosamente, y el Papa volvía á excomulgar á Federico por haber conquistado los Santos Lugares sin derramamiento de sangre.

Cesó de pensar en el suicida para ocuparse únicamente de su amigo. «¡Pobre Federico! ¿Qué va á ser de él?...» Y tomó inmediatamente un automóvil para que le llevase á la avenida Henri Martin. El ayuda de cámara de Torrebianca le recibió con un rostro de fúnebre tristeza, como si hubiese muerto alguien en la casa.