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El buen señor, aunque había leido mucho sobre los antiguos, por falta de museos en Filipinas jamás había visto nada de aquellos tiempos. Traigo además, costosísimos pendientes de damas romanas encontrados en la quinta de Annio Mucio Papilino en Pompeya... Cpn. Basilio sacudía la cabeza dando á entender que estaba al corriente y que tenía prisa por ver tantas preciosas reliquias.

Y ya se estaba poniendo en pie para ir a verla, y arreglándose Sol los cabellos, aquellos cabellos suyos finos, de color castaño con reflejos dorados, cuando a un tiempo se oyeron dos diversos ruidos: uno en el cuarto de Ana, como de mucha gente que se moviera y hablara agitadamente, otro a la puerta de la calle, donde, con aire desembarazado, saltaba un hombre opuesto, de una mula de camino.

Por el contrario, mostrábase muy duro con ella; se estaba sin hablarle semanas enteras; otras veces la reprendía con acrimonia y sin motivo: la llamaba frívola y casquivana.

Eran ya las once, y estaba citado a las once y cuarto con el cardenal arzobispo de Toledo: tratábase de un atentado de la canalla gubernamental republicana contra la Iglesia y deseaba él representar en aquel conflicto el papel de Constantino.

Para Juan el mundo estaba circunscripto a la fábrica y a la familia de Aubry; pero si no había sentido tentaciones de ampliar este círculo estrecho, de buscar fuera de él, el ideal a que todo hombre aspira, era porque lo tenía en ellas.

A las cuatro estaba en la plaza de la Concordia, con la cara en alto y los ojos bien abiertos, al lado de otras gentes unidas á él por cordiales relaciones de compañerismo. Eran como los abonados á un mismo teatro, que en fuerza de verse acaban por ser amigos. «¿Vendrá?... ¿No vendrá hoyLas mujeres parecían las más vehementes.

No había alumbrado; pero el reflejo de la nieve que cubría las calles hacía la noche muy clara, aunque el cielo estaba muy oscuro. Salía yo de una de esas casas... Pero antes de que os diga la casa de donde salía, debo deciros quién soy yo. Soy un hombre ni feo ni hermoso, que acabo de cumplir treinta y seis años, y que en la época en que pongo la fecha de mis memorias tenía veinticuatro.

Sorprendióle la llegada de Damián en esta operación todavía, e interrogóle al punto con la vista: el señor Pérez Cueto estaba en casa, y la carta le había sido entregada.

35 Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo del testimonio, porque la nube estaba sobre él, y la gloria del SE

Villafría, población muy adelantada, producía este efecto en el P. Enrique. Nada amilanaba su corazón, ni allí tenía que temer nada; pero su entendimiento estaba amilanado y reconocía su carencia de influjo. No afirmo yo que se establezcan corrientes magnéticas; pero, sin decirlo como verdad, puedo decirlo como imagen; entre sus paisanos y él no había corriente magnética alguna.