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BRITO. Señor Nuño, corre presto, Porque a la puerta de casa Se apean tres caballeros De tres hermosos caballos, Con lindos vestidos nuevos, Botas, espuelas y plumas. NU

Cuando este salía del segundo desmayo, que fue más profundo y grave que el primero, vio entrar en la alcoba, anunciándose antes con rechinar de espuelas y resoplidos de cansancio, un figurón inverosímil y que en otras circunstancias habría traído al moribundo, en vez de consuelo, una agonía mayor que la de la misma muerte.

Al entrar recibió su rostro la luz roja de los quinqués que colgaban del techo, y muchos hombres le saludaron respetuosamente. Llevaba el poncho y las grandes espuelas de los jinetes del país. Su perfil aguileño y su tez hacían recordar á los arabes de origen puro. La barba y la cabellera eran en él luengas, negras y rizosas.

En la calle Buen Orden , al llegar a Brasil, había una platería de aquellas que antes abundaban en el barrio del Sur, poblado casi todo por estancieros y gente de campo, cuyo comercio consistía en la venta de frenos, facones, espuelas y demás artículos similares, hechos de plata.

Con esto el Masageta tuvo por menor mal dejar la mujer, que morir él, y dando riendas y espuelas á su caballo, paso adelante; pero las lágrimas y quejas tan justamente vertidas de su mujer le detuvieron. Revolvió su caballo, y emparejando con ella, le hechó los brazos, y con besos y lagrimas se despidió y apartó enternecido, y levantando luego el alfanje le cortó de una cuchillada la cabeza.

Baila, Fadrique, repitió D. Diego, bastante amostazado. Don Diego, cuyo traje de campo y camino, al uso de la tierra, estaba en muy buen estado, no se había puesto casaca como su hijo. D. Diego iba todo de estezado, con botas y espuelas, y en la mano llevaba el látigo con que castigaba al caballo y á los podencos de una jauría numerosa que tenía para cazar.

Santorcaz nos trataba con superioridad, aunque sin tiranía. Cuando al llegar a una posada, cabalgando él en perverso macho y nosotros a pie, íbamos a tenerle el estribo y después a quitarle las espuelas, deshaciéndonos en cumplidos y cortesías, teníamos que apretar los dientes para no soltar la risa.

Aquel espectáculo arrancó un grito de furor á Sir Hugo y sus soldados, que clavando las espuelas en los ijares de sus caballos se lanzaron, ciegos de ira, contra los escuadrones enemigos.

Desfilaron primeramente las diversas imágenes de los pueblos con su acompañamiento de devotos. Habían venido éstos de muchas leguas de distancia, bajando las montañas como rosarios de hormigas multicolores. Los hombres, al abandonar su caballo con alas de cuero y lazo formando rollo á un lado de la silla, marchaban con una torpeza de centauro, haciendo resonar á cada paso sus enormes espuelas.

Otro más derecho y bien plantado no había. «No, lo que es hoy no le digo nada pensaba . Temo hacer el bisoño. Calma, compañero, y repliégate un poco; tiempo tienes de picar espuelas. Hoy lo recibiría mal. Está muy reciente la herida». ii