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Don Federico, aquí, aquí; junto al fuego, que está convidando. Sepa usted que la enferma ha cenado como una princesa y ahora está durmiendo como una reina. Va como la espuma su cura, ¿no es verdad, don Federico? Su mejoría sobrepuja mis esperanzas. Mis caldos opinó con orgullo la tía María Y la leche de burra añadió por lo bajo fray Gabriel. No hay duda repuso Stein , y debe seguir tomándola.

Ni hay que extrañarlo, pues un tal huésped, hecho tan dueño del alma, cómo no había de tener todo alborotos la casa? Lo contrario se hacía admirar en los conversos, redundando según se puede presumir, la paz y gracia del alma, en la gracia, compostura, serenidad, animosidad y consuelo del cuerpo, índice de la resignación, reconocimiento y esperanzas de Cielo que llevaban.

»Aquí, en los momentos de angustia, en esos días lóbregos en que en vano lucho y brego con los hombres y las cosas, al trasladar al papel mis pobres pensamientos, no me explico, no comprendo cómo no se transforma en Vesubio mi cabeza ni se convierte mi pluma en bayoneta. »Ustedes, los colombianos, tienen aun esperanzas de redención: allí hay vida, hay savia, hay esplendor.

Muy satisfecho el Conde de este plan, que le hace concebir las esperanzas más risueñas, se apresura á avisar á García la visita que le aguarda, advirtiéndole al mismo tiempo que no se por entendido de su aviso. Como García no ha visto nunca al Rey, el Conde le dice que lo conocerá por una gran banda encarnada de una orden de caballería que lo distingue.

Ansiosa estaba de leer o de que le leyesen el Kama Sutra, y de estudiar bien allí las sesenta y cuatro aptitudes o excelencias de la Padmini, para buscarlas en ella y convencerse de que las poseía y de que no era lisonja de su amigo. En resolución, Poldy estaba inquieta y alborozada, pero con inquietud y alborozo, llenos de dulces esperanzas y de amorosas y poéticas venturas.

Se cae de su peso que la literatura, reflejo de creencias, doctrinas, costumbres y leyes, aspiraciones, temores y esperanzas de cada época, varía tan a menudo como varían todas estas cosas en el seno de la sociedad humana.

Cada uno hizo saltar las monedas en su bolsillo y acarició ardientemente las esperanzas ciertas, la dicha contante y sonante que habían embolsado.

Era ese Godfrey, que antes daba tantas esperanzas, el que estaba con las manos en los bolsillos de su saco y la espalda vuelta al juego, en el salón de obscuro artesonado, un día de noviembre de este decimoquinto año de la residencia de Silas Marner en Raveloe.

El hondo malestar que le hacía sufrir antes de su visita a Rosalinda, y que sus quiméricas esperanzas habían por un momento disipado, de nuevo apoderábase de su espíritu, ahora que ya la señora Camila, sin saberlo ella, había disipado sus caros ensueños.

Hijo de un mestizo español, rico comerciante en uno de los arrabales que cifraba todas sus alegrías y esperanzas en el talento del joven, prometía mucho por sus picardías y, gracias á su costumbre de jugar malas pasadas á todos, escondiéndose despues detrás de sus compañeros, tenía una particular joroba que se aumentaba cada vez que hacía una de las suyas y se reía.