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Fijaron la vista en la tierra, de la cual muy cerca estaban, y vieron una como procesión que se dirigía á un bosquecillo frondoso, entre cuya verdura se destacaban objetos de blanquísimo mármol. Era un cementerio, y la procesión un entierro. Observaron nuestros viajeros que sobre la tierra había sido colocado un ataúd pequeño y azul.

Los sepultureros habían formado con el barro una especie de montículo sobre el cual habían arreglado, medio bien, medio mal, las coronas; no había mujer alguna en el entierro que se encargara de eso. Los vecinos se habían retirado; no quedábamos ya sino el pastor, Lotario y yo.

Algunas voces protestaron desde el tendido. ¡Cuántos acólitos!... Parecían un clero parroquial marchando a un entierro. ¡Fuera too er mundo! gritó Gallardo. Y los dos peones se detuvieron porque lo decía de veras, con un acento que no daba lugar a dudas.

El cadáver de Martín se llevó al interior de la posada y estuvo toda la noche rodeado de cirios. Los amigos no cabían en la casa. Acudieron a rezar el oficio de difuntos el abad de Roncesvalles y los curas de Arneguy, de Valcarlos y de Zaro. Por la mañana se verificó el entierro. El día estaba claro y alegre.

Cierra los ojos, y la tierra le falta bajo el pie y se siente llevado por los aires. Cuando de nuevo se atreve a mirar, la procesión se detiene a la orilla de un río donde las brujas departen sentadas en rueda. Por la otra orilla va un entierro. Canta un gallo. ¡Cantó el gallo blanco, pico al canto!

El sol caía a plomo, y próximos ya al valle del Magdalena, el calor se hacía insoportable. A pesar de sus excelentes condiciones, mi caballo empezaba a fatigarse y me detuve un cuarto de hora bajo un árbol. Allí vi pasar un entierro de las campiñas colombianas, cuyo recuerdo aún me hace mal. El muerto, descubierto, con la cara al sol, era llevado sobre una tabla, a hombros de cuatro indios.

Poco tiempo después murió también la esposa de Melgarejo, doña Luísa Maldonado, pero de su entierro, cuando nada dicen las relaciones antiguas, prueba que debió de no revestir la pompa y solemnidad que el de la famosa Dorotea. DESAFÍOS Y RI

Todo lo que quisieran, gritos, lloros, aclamaciones, todo, menos desfilar por las calles de Madrid y que la gente del centro presenciase el entierro, con su séquito de jornaleros que pedían venganza. Sobre la masa de cabezas se alzó, como contestación, un largo palo, y en su punta un guiñapo negro que parecía una mortaja. Era la bandera de cólera y dolor, improvisada por un grupo de muchachos.

Costeó un muy decoroso entierro á su amigo, le compró sepultura en el cementerio, hizo cuanto le fué posible para lograr la captura del asesino, que se había fugado, y procuró que á la viuda y á sus hijos no les faltase nada. Tales testimonios de cariñosa amistad concluyeron de subyugar á Soledad.

A los diecisiete años, qué diablo, me enamoré de Valentina y fui menos práctico que Martín; lo confieso. Los libros de estudio no me atraían mucho; leía a Lord Byron y a Musset; las Horas de Ocio y la Confesión d'un enfant du Siècle me montaron la cabeza y me enfermaron el corazón. Le hice versos a Valentina y asistía a oír la lección de matemáticas como quien asiste a un entierro.