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Dejemos a Dios estas altas cuestiones de la vida y de la muerte, y hablemos de su regreso, Amaury, de la alegría con que le vemos después de haberle esperado tanto tiempo. Y diciendo esto la encantadora joven estrechó candorosamente las manos de Amaury.

Desde el primer momento que mis ojos la vieron, me pareció indescriptiblemente encantadora. Era evidente que se encontraba sin fuerzas, como lo demostraba el modo penoso e inquieto con que se movía en el canapé.

Y lo que es él no tenía menos favorable opinión de propio; pero el candor y la ignorancia hacían amable y chistoso su presumido atrevimiento. La petulancia infantil de D. Pepito era encantadora. Yo, que hablé con él desde el primer día que ambos estuvimos juntos y nos vimos a bordo, hallaba en la susodicha petulancia irresistible hechizo.

Antoñita, por su parte, ya fuese debido a su fuerza de voluntad o a versatilidad de humor, estuvo como nunca, encantadora, haciendo gala de su jovialidad y de su gracia. Quizás un frío observador habría considerado algo febril aquella animación y algo aparente aquella franca alegría. Los dos novios, absorbidos en sus propios sentimientos, no tenían tiempo para analizar los ajenos.

No sabe nada de lo que a me interesa... No sabe nada de nada, por otra parte... Me extraña mucho que pueda usted hablar con ella más de diez minutos. Pues yo la encuentro encantadora... y rara. Rara, ciertamente, pues ese tipo no se encuentra más que en las selvas vírgenes o en las estepas de Bretaña. Que es encantadora... me lo ha dicho usted varias veces...

Hablaron en voz baja, con las miradas confundidas y los corazones agitados. Hacían una pareja encantadora. Mientras tanto, Salvador, acompañando a doña Rebeca, iba gustando una cruel amargura insoportable. Carmen no le parecía la misma. No era su hermanita de Luzmela ni su protegida de Rucanto.

No, Adela, no, a usted le está encantadora esa selva de ricitos: así pintaban en los cuadros de antes a los cupidos revoloteando sobre la frente de las diosas. No, Adela, no le hagas caso: esas frentes cubiertas, me dan miedo. Es que ya se piensan unas cosas, que las mujeres se cubren la frente de miedo de que se las vean. Oh, no, Ana: ¿qué han de pensar ustedes más que jazmines y claveles?

El resultado de sus meditaciones fué la resolución de no abandonar aquellas montañas sin conquistar lauros brillantes, que acabaran de hacerle digno de merced tan alta y felicidad tan cumplida cual podía prometerse el futuro esposo de la encantadora Constanza de Morel.

El hoyo profundo, la sutil capa de agua y la franja de espuma, se suceden con desorden hasta abajo de la pendiente donde el arroyo recobra su calma y la regularidad de su curso. ¡Y cuán grande es también la diversidad de las cascadas! Yo conozco una, encantadora entre todas, que se oculta bajo las flores y el follaje.

»Olvidaba decir a usted que para hacer más encantadora mi aventura, la historia, es decir, diez y siete siglos de guerras, de tratados de privilegios, de tiranía, de fanatismo religioso, se oponen a que sea mía.