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Mientras tanto castigó duramente á los fugitivos el alcaide Hassén, comenzando por ahogar con sus propias manos al jardinero. Igual suerte hubiera cabido á Cervantes y á sus amigos, si la codicia del Rey no superase á su crueldad. La esperanza de cobrar su rescate salvó la vida á los cautivos, pero los encerraron en una horrible cárcel y los atormentaron sin piedad ni mesura.

¿A quién se lo has oído? preguntó el caballero afectando calma, pero con el rostro contraído. ¡Calla, zángano, calla! ¡Si eres más cerrado que un cerrojo! ¿No te da vergüenza, grandísimo zote? Todos le recriminan duramente. Reynoso un poco dulcificado le dijo: Ni a ti ni a nadie puedo consentir que pronuncie una palabra que redunde en desprestigio de la señora.

Al domingo siguiente, cuando don Cándido subió a desayunarse, luego de decir misa, oyó asombrado el rumor que al trabajar producían los picapedreros, y frunciendo el entrecejo, murmuró: «¿Hoy tambiénLa escena que siguió fue igual a la ocurrida ocho días antes. Llamó al maestro, le reprendió más duramente, fue a la alcoba, y dio el dinero para que el taller se despejara.

Desde este momento su fisonomía se contrae duramente y toma la expresión siniestra y terrible de los piratas: sus movimientos son torpes y pesados como los de un lobo de mar. Cuando pasan cerca de la costa y ven una niñera más o menos gentil que les contempla absorta y admirada, se suelen guiñar el ojo con cierta malicia ruda, exclamando con voz ronca: «¡Ohé, muchachos, una fragata a barlovento

Su admiración se escapaba en roncos barboteos. ¡Oh, sonrisa del anochecer!... ¡Alegría de la sombra!... ¡Señorita blanca! El comisario de Policía miró duramente á la mujer de pelo blanco que se había sentado ante su escritorio sin que él la invitase. Luego bajó la cabeza para leer el papel que le presentaba un agente puesto de pie al lado de su sillón.

Inmóvil en el corredor, sentía en torno de él el revoloteo nervioso de los periodistas, aquella juventud pobre, inteligente y simpática, que se ganaba el pan duramente, y desde su tribuna les contemplaba como los pájaros miran desde el árbol las miserias de la calle; riendo ante los disparates de las solemnes calvas, como ríe en los teatros el público sano y alegre de la galería.

Entonces, todo lo que me queda que responder observó el señor Leighton, duramente, es que está completamente justificada la opinión pública sobre la futilidad de esta rama de la policía, para el descubrimiento de los crímenes, y no dejaré de llamar la atención del público en este asunto por medio de la prensa. Es, sencillamente, una vergüenza.

Con esta reflexión me siento inclinado a perdonar las apostasías; pero, como mi espíritu es una perpetua contradicción, reflexiono en seguida otra cosa y condeno duramente a los apóstatas y volubles. Los sospecho de interesados y de tunantes. Recelo que no cambian de buena fe, sino porque quieren estar encima y hacer su agosto. En fin, ¿para qué hablar más? Soy incapaz para la política.

El pobre Yáñez, obligado a acostarse a las nueve, con una perpetua luz ante los ojos y sumido en un silencio aplastante que hacía creer en la posibilidad del mundo muerto, pensaba en lo duramente que iba saldando su cuenta con las instituciones. ¡Maldito artículo! Cada línea iba a costarle una semana de encierro; cada palabra un día.

Quería escarmentar duramente a todos los conspiradores, o lo que es igual, no dejar títere con cabeza, según sus propias palabras. Era un hombre rechoncho, con grandes mofletes y exiguo bigote; gran traza de lo que ya hemos dicho y con nosotros el comandante Ramírez y el teniente de la escolta.