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Con este motivo, Martí le escribió el 25 de diciembre del mismo año, una carta a Poyo, en la que le daba las gracias por haberle adivinado sus deseos de visitar a los cubanos del peñón rebelde.

Mientras espera ocasión favorable para realizar su propósito, se abandona á los excesos más indignos, que ya desde antes le halagaron, y que han sido la causa principal de la pérdida de su salud. Ha concebido una pasión violenta por la bella Doña Violante; pero ésta, prometida á otro, rechaza con desprecio sus proposiciones, induciéndole á emplear la fuerza para conseguir el logro de sus deseos.

Y mientras todos en la casa y fuera de ella, observan, la melancolía del mandarín y adivinan sus deseos, sólo el marido permanece sosegado, ignorante, persistiendo siempre en alegrarle con opíparos banquetes y regocijadas fiestas.

Y como si sus pensamientos ejerciesen influencia a larga distancia, atrayendo a las personas, el bandolero obedecía a sus deseos presentándose de buena mañana en el cortijo. ¡El Plumitas! Este nombre evocaba en su imaginación la figura completa del bandido. Casi no necesitaba conocerlo: apenas iba a experimentar sorpresa.

Amaba yo a Angelina, y quería yo ser digno de ella, para que la pobre huérfana compartiera conmigo sus desgracias y su orfandad, y tuviera en un amigo, un hermano, un compañero de infortunios. Acaso algún día, andando el tiempo, se mudaría mi suerte, y me sería dable ofrecerle cuanto el hombre gusta de poner a los pies de la mujer amada. Pero hasta allá no iban mis deseos sino vagamente.

El P. Arce, que por entonces tenía otros designios, les prometió que en otra ocasión les cumpliría sus deseos, con que administrando el Santo bautismo á cuatro que estaban en peligro de muerte, se prevenía ya para la partida.

Ella entonces, por darle a entender que no fue llamado para manifestar sus deseos, sino para cumplir los ajenos, varió el rumbo de la conversación. He dicho a Vd. que su conducta merece elogio, y así es, efectivamente.

Bajo aquella pequeña frente se atropellaban, se estrujaban las ideas sombrías, los deseos feroces. El matrimonio de Luis era una abominable traición.

Hablaba cada vez menos, sus ojos, que ya no interrogaban casi para evitar más que nunca el responder, parecía que hubiesen replegado la única llama un poco viva que los mezclaba al pensamiento de los deseos. No estoy satisfecha de la salud de Julia me había dicho Magdalena repetidas veces. Indudablemente está delicada y de un humor que se disgusta con todos, hasta con los que más la quieren.

Tan embebida marchaba en su pensamiento, que al llegar a la Cibeles, en vez de tomar la calle de Alcalá para ir a casa de Castro con quien estaba citada para aquella hora dió la vuelta como si estuviera paseando por aquel sitio. Cuando lo advirtió se detuvo vacilante. Al fin se confesó que no tenía grandes deseos de acudir a la cita.