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Ricardo se está vistiendo; pero Melchor duerme todavía. ¿Duerme todavía?... Sabe que es raro. Lo he despertado dos veces y se ha vuelto a dormir. Y... ¿se anima a ir a caballo? Hasta el «Paso»... es demasiado.

El acaso te acercó a Magdalena y él también te hizo nacer seis o siete años demasiado tarde; esto, que para ti representa una desgracia, quizás es también un accidente lamentable para ella. Si otro ha llegado y casádose con ella, no ha hecho más que tomar lo que a nadie pertenecía; por eso, que tienes muy buen sentido, a pesar de poseer un gran corazón, nunca has protestado.

Al examinar las muchas estátuas que siembran estos silenciosos lugares, he notado que la demasiada asistencia, el demasiado esmero y el excesivo aliño de que aquí son objeto todas las cosas, quitan á las concepciones artísticas el encanto del arte, el aura indefinible y deliciosa que lo rodea en otros países.

Le parecía verlos escritos delante; pero por un misterio, natural en aquellos momentos, no encontraba la forma oratoria para expresarlos. ¡Qué contrariedad! Poco á poco hasta la voz se le enronqueció. Sin duda había en el espíritu de nuestro amigo una influencia maligna. Hablaba con frialdad unas veces; notábalo él mismo, y al querer corregirlo, gritaba demasiado.

Si se encuentran algunas mejores, entre todas, no hay que alabarlas demasiado; la bondad es para ellas un deporte o una costumbre. ¡Prosigamos...! Que la acogida de usted sea siempre risueña, como el vestido será siempre objeto de sus cuidados. Un joven autor ha consagrado una comedia a las mujeres que no se preocupan de mismas. En ellas les ha hecho saludables advertencias.

¡Ah! ¡tenemos que hablar! ¿va usted comprendiendo que es hermosa, demasiado hermosa, para mantenerse respecto a ella en los inflexibles límites de la caridad? No se trata de eso. Pues no comprendo entonces... ¿Qué sabe usted acerca del origen de esa niña? ¡Bah! ¿y qué le importa a usted? A no ser que... Y aquella mujer me miró con un recelo hostil.

Tío Manolillo, idos, y no me obliguéis á despacharos; ya veis que aunque hace obscuro, mi hierro huele el vuestro, y siempre le sale al encuentro; en verdad que sois diestro, pero más yo... no me fatiguéis demasiado, hermano, no sea que por descansar os mate.

Godfrey reapareció en el salón blanco con los pies secos, y, puesto que hay que decir la verdad, con un sentimiento de alivio y de alegría, sentimiento demasiado intenso para que los pensamientos dolorosos pudieran combatirlo.

Pero era un buen muchacho y hombre de bastante talento, e hizo, a su vez, algunos razonamientos acertados al notario, para consolarle en su aflicción. A su entender, M. de Villemaurin ponía las cosas peor de lo que ya estaban: existían otros recursos. Decir a M. L'Ambert que quedaría desfigurado para toda su vida, era desesperar demasiado pronto de la ciencia.

Pero esto había sido al principio. Después... el público empezó a cansarse. Decían que el Obispo se prodigaba demasiado. «El Magistral no se prodigaba». Estudia más los sermones decían unos. Es más profundo, aunque menos ardiente. Y más elegante en el decir. Y tiene mejor figura en el púlpito. El Magistral es un artista, el otro un apóstol.